martes, 31 de mayo de 2016

POLÍTICAMENTE INCORRECTA





Es domingo y está amaneciendo. Llueve copiosamente. Parece como si la lluvia fuera una señal para detener en seco la fiesta. Una señal para limpiar la atmósfera y hacer borrón y cuenta nueva. A veces las señales llegan de un modo casi imperceptible, aunque eso poco o nada importa si no se está preparado para descifrarlas, o cuando el concepto que se tiene de ”señal“  es el de prohibido adelantar, aparcar, o circular a más de 80. Y aun así, ¿quién hace caso a las señales?
La última vez que me vistieron de gitana apenas tenía 10 años y mis progenitores aún vivían. No tengo ni idea de dónde puede estar la foto que lo constata. No sé si es políticamente correcto decirlo, pero me figuro a mis padres bastante decepcionados conmigo por haberles salido rana y no haber continuado con una tradición por la que Jerez, la tierra del vino – ese gran desconocido -  es célebre mundialmente.
Ya no hay fotos en papel; en la era de la tecnología y de la desinformación instantánea nos basta un teléfono móvil para  tomar fotos digitales o videos que retratan con pelos y señales lo que está sucediendo. Y los colgamos automáticamente en la red social de turno para mostrar al universo internauta, al mundo, lo contentos, felices o pedos que estamos.
 Lo que cada uno ve en esas imágenes es asunto suyo, pero  la mayoría  gusta  de interpretar un mundo de luz y color en torno a esa felicidad postiza que se vende como el estado ideal para el cuerpo y la mente.
El último documento digital que acredita mi paso por la feria de Jerez data del pasado sábado durante el alumbrado de la misma; aunque el resto de los días no hago acto de presencia por allí -  por diversos motivos - , me gusta asistir cada año al pistoletazo de salida del Show – nunca mejor dicho -. Adoro ese momento en el que una explosión de luces y colores aparece en la negrura de la noche y todos los allí presentes, al unísono, comenzamos a aplaudir. Es muy simbólico para mí; en cierto modo me recuerda a las puestas de sol del Sajorami, donde gente con una vibra mágica se desparrama por la arena de la playa y espera sonriente a que el sol se oculte y romper en aplausos, ante ese espectáculo de la naturaleza durante el que todos nos sentimos uno.
A excepción del “momento alumbrado” y “momento puesta de sol” me resulta bastante complicado ubicar situaciones similares, de “todos a una”, entre una masa, que no sólo va a su bola, sino que no tiene ni idea  de a dónde conduce esa especie de huida hacia ninguna parte que se ha apoderado, ahora más que nunca, de eso que vino a llamarse “humanidad”.
No sé si será políticamente correcto, pero es ahora, más que nunca, cuando siento algo más que sonrojo por el espectáculo que ofrecemos ante el mundo y por el que nos sentimos tan orgullosos (caballos, vino, trajes de gitana,  poderío,  diferencias de clases notorias, modelitos imposibles, violencia en las calles del Real,  explotación de quienes quieren sacar un dinero extra trabajando en las casetas...).  Un derroche de fiesta y tronío  inversamente proporcional a las estadísticas que declaran a Jerez como la gran ciudad con mayor tasa de paro de la zona EURO. Está claro que algo no cuadra.
Llama la atención lo perfectamente sincronizados que estamos para  pasarlo bien cuando se nos indica, ¿hasta ese punto nos hemos vuelto obtusos que nos tienen que decir cómo y cuando podemos divertirnos…? Incluso hay un día especial dedicado a las mujeres; parece como si muchas de ellas, esclavas del machismo imperante,  obtuvieran el pase pernocta del marido y de la sociedad para tener barra libre y ser las reinas del baile por un día, dentro, eso sí,  de un recinto cerrado donde puedan estar controladas. ¿Por qué el día “de las mujeres” y no el día de” la exaltación al traje de flamenca”?, es un suponer. Se eliminaría cualquier atisbo de machismo en una jornada de un miércoles que no ha logrado figurar en el libro Guiness de los récords por el mayor número de mujeres vestidas con traje de flamenca. Qué disgusto.
Apenas ha pasado un lustro desde que se produjeron en nuestra ciudad huelgas salvajes de todo tipo; de estar en el punto de mira de la prensa internacional, no sólo por la corrupción y el disparate político por el que somos conocidos mundialmente, sino por la docilidad con la que hemos suplantado nuestros derechos -  y también, por qué  no, nuestros deberes -  por el “dame pan y dime tonto”, o por el “dame feria, fútbol, semana santa, lo que sea,  y dime lo que quieras”. Eso deben de pensar los que ven todo tipo de imágenes circulando por la Red, y también la prensa nacional e internacional, a medida que van teniendo constancia del jolgorio desbocado, en lo que se presume “la mejor feria de la Historia”.
Si tenemos los ingredientes -  flamenco, turismo, vino, belleza e Historia -, me pregunto por qué el plato resultante es tan poco apetecible, tan escaso. Me apena ver la decadencia del lugar que me ha visto nacer, con cuyos ciudadanos profeso cada vez menos empatía.
Definitivamente, no creo posible una remontada. No creo posible que esta involución dé paso a la apertura mental necesaria para aplaudir, para estar todos a una, en otros momentos que no sean los del alumbrado de la feria.
No nos debería de coger desprevenidos si vienen vacas, todavía más flacas, y el resto del mundo se dirige hacia nosotros con aquel refrán que me soltó una amiga de “Graná”,  con toda la gracia del mundo:

 “A quien tiene cama y duerme en el suelo no hay que tenerle duelo”.

Ya ha amanecido. Está diluviando y no tiene pinta de que vaya a parar... Quien quiera verlo como una mala pasada de la climatología es libre de hacerlo. Yo me quedo con que es una Señal para que esto pare ya en seco, aunque mucho me temo que esto no lo para ya ni el diluvio universal. Y no se trata de que me guste o no la feria, se trata de que –  aunque me tilden de políticamente incorrecta – a estas alturas de la película,   no tengo el chichi pa farolillos. Para el resto, que siga la fiesta.

Amanda Flores


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