martes, 1 de agosto de 2017

MOMENTOS QUE NO TIENEN PRECIO






Noche sabadera.  En la terraza- vergel de un pequeño ático, seis mujeres de bandera degustamos las delicias que cada una ha  preparado para deleitar al resto. Seis mujeres, seis. Cincuentañeras. Mujeres sabias, guerreras, luchadoras. Practicantes fervientes del aforismo:   Tragedia+tiempo= comedia. Durante unas horas, rodeadas de plantas, alumbradas por las velas  y  la tenue luz de las estrellas, nos sentimos privilegiadas. Conscientes de que esa escena es apenas una micropartícula en el cosmos del que se supone formamos parte. La cotidianeidad de cada una de las mujeres sentada en torno a la mesa no forma parte de la estampa que estamos viviendo ahora, en este justo momento. Algunas, con más problemas que un cuaderno Rubio nos permitimos la licencia de invertir unas horas en un cachito de felicidad. Es curioso, la mitad de las damas de la reunión estamos  jubiladas por enfermedad, y  también estamos solteras: chollazo. Mi madre, en su perfecto andaluz, cuando se enteraba que a uno le habían concedido una pensión por invalidez, decía lo siguiente: “Al marido de Anita le han dao una paguita por inúti totá”.  Y yo la miraba sin tener ni puta idea de lo que decía. Mi madre… Mi madre tenía una ristra de frases lapidarias que habrían dejado catatónico al mismísimo José Ingenieros, pero de eso ya contaré otro día. 
El caso es, que, tres de seis mujeres en la reunión conocemos al dedillo el tormento en el que se  ve uno envuelto hasta que te conceden una pensión de incapacidad laboral permanente (según mi madre, por inúti totá).
 A una de ellas y a mí nos tocó pasar ese proceso cuando saltó a la luz pública que María José Campanario se encontraba en los juzgados de Jerez por un supuesto delito. Los periódicos y medios de comunicación informaban de los acontecimientos que se iban produciendo; pero sólo de los acontecimientos públicos, no de los privados. Mientras se iniciaba el escándalo, una de mis compañeras de mesa, yo misma, y centenares de personas, fuimos dados de alta, injustamente, por inspectores de la Seguridad Social. Al final, los trapos sucios acaban en casa del que no ha ensuciado nada. Cientos de personas a las que se les había concedido una incapacidad fueron citadas por la Inspección. Alguien a quien conocí en una sala de espera me dijo que le habían llamado y  retirado su pensión de incapacidad. Que no entendía nada…
Alguna vez comenté mi opinión sobre el daño que había causado la, ahora, odontóloga. Me preguntaba en voz alta qué era más vergonzoso: el delito en sí, o la cantidad de acusados (25, veinticinco) que tenía a su alrededor, la mayoría, con cargos públicos relevantes que les otorgaban el poder de decidir sobre las VIDAS de otras personas.

Yo me quité de la tele hace mucho, pero de vez en cuando me gusta encenderla, así, al tun tun, y ayer estaban hablando de la cuestión de estado en la que se ha convertido el delicado estado de salud de María José Campanario y su ingreso en un hospital psiquiátrico en la provincia de Málaga. En la zona costera de Benajarafe, ubicada junto al mar -  allí, dicen, se combina la asistencia médica más rigurosa junto a la tranquilidad del lugar y la comodidad de una residencia; dispone de distintos tipos de habitaciones, comedor, salas de espera, despachos, enfermería, sala de actividades, salas de terapia, gimnasio, zonas comunes,  piscina, terrazas al mar, que hacen del hospital un lugar diferenciador -. Prometedor.-  Al parecer, a veces, se  ve a la odontóloga en la playa haciendo el deporte, practicando actividades al aire libre, paseos, y todo aquello  que le recomiendan los especialistas a los que paga en su ingreso hospitalario de 5 estrellas
No sé si me produce más vergüenza o incredulidad, observar la ignorancia  que se vierte a diario en los medios de comunicación, en la televisión, sobre una población asentada en la inopia. No sé si es estupor la palabra que define lo que siento, al enterarme de que se ha descubierto una enfermedad nueva para ricos: la fibromialgia. Me parece sobrecogedor el daño que puede causar todo este circo a los que padecen una enfermedad que, sólo sus afectados pueden describir,  que tanta incomprensión carga sobre sus doce letras, y que tantas vidas se ha dejado por el camino.

En julio de 2011, tras un juicio que se prolongó durante dos meses y que sentó en el banquillo a 25 personas, la Audiencia Provincial de Cádiz dictó sentencia por la Operación Karlos. Un año más tarde, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia y condenó a María José Campanario y a su madre, Remedios Torres, a un año y 11 meses de prisión. El Tribunal Supremo rechazó los recursos de Maria José Campanario y de su madre y ratificó las condenas por falsedad de documento oficial y tentativa de estafa. Sin embargo, ni la Torres ni la Campanario ingresaron en prisión por no tener antecedentes y porque sus condenas no superaban los dos años. Un año y 11 meses…  Por los pelos… El tribunal lo tuvo claro: Carlos Carretero ideó un plan para beneficiarse económicamente de forma ilícita mediante la obtención fraudulenta de pensiones de incapacidad laboral. Captaba personas y les pedía dinero en una trama que requirió de la ayuda del inspector médico Francisco Casto y de otros profesionales de la provincia de Cádiz. La corrupción también se paseaba por los pasillos de las instituciones que se dedicaban a gestionar lo de las pensiones. Tú me das cremita, yo te doy cremita...

Y el tiempo pasó, y años después, llegó, como en la canción, chica nueva a la oficina. De nuevo María José Campanario como protagonista.
Los profesionales de la comunicación deberían aclarar que muchas pacientes de FM no disponen de los mismos recursos que la recién llegada al club. Que tienen que seguir con sus vidas, sus trabajos, sus hijos, sus casas. Que son prisioneras de sus cuerpos. Que siguen siendo invisibles; que no se pueden permitir tantos cuidados ni tanta parafernalia. Deberían resaltar que el daño que hizo en su día la operación Karlos se ha agravado. Que se están cometiendo verdaderas temeridades con personas que realmente no pueden trabajar, muchas de ellas, afectadas por la fibromialgia.  Los medios de comunicación deberían tener más tacto al hablar de una enfermedad como la fibromialgia: no todo el mundo que la padece  puede acceder a las clínicas que frecuenta la protagonista de “Mamá, te has quedado sin pensión”.
Los medios también deberían aclarar que el hospital de Jerez en el que alguna vez la han ingresado por brotes de fibromialgia es un hospital privado.  Que normalmente la fibromialgia no es motivo de ingreso hospitalario en la Seguridad Social. Que la mayoría de afectadas pasan sus brotes en sus casas paliando como pueden el dolor; saben que ir al hospital público con un brote de fibro es un paná. Ajo y agua. Además de que estamos de mierda hasta arriba, si algo ha quedado claro, es que lo que vende en este país se tiene que vestir de rosa. La vida en rosa. La prensa rosa, las famosas con sus lacitos rosa. El cáncer rosa. Y ahora, también, la fibromialgia rosa. Yupi.

Pero ahora es ahora. Disfrutar una cena en un pedacito de cielo rodeada de amigas-ángeles que se han ido dejando cachitos de alas por el camino. Que son capaces de registrar que tragedia más tiempo es igual a comedia. Momentos para dejar atrás las batallas y mirar a las estrellas... Me siento llena de amor. De gratitud. Aunque, a pesar de ello, alguna vez, me envuelve un sentimiento inexplicable. Bueno, sí. Hay un pequeño poema que lo explica. Más o menos. Lo leí en alguna parte y de vez en cuando me doy el capricho. Y no lo pienso, y durante un instante, unos segundos, me permito degustar uno de esos momentos que no tienen precio. Y  me permito sentirlo así, tal cual:


 Llegar al fin
hasta la puerta de tu casa,
 entrar,
 echar todas las cerraduras,
 y, como quien saborea
el sabor de la venganza,
decirlo:

 “Ahí os quedáis, hijosdeputa”.

Mucho mejor.





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