domingo, 9 de diciembre de 2018

LLÁMAME SI TE MUERES



La despedida y cierre de una cena de tres amigas PAS (Personas Altamente Sensibles) no podía transcurrir de otra manera.  Exquisita, la noche sabadetera de tres mujeres que hablan el mismo idioma.  La comida, el vino, la música, y el amor que la anfitriona ha puesto en cada detalle del evento convierten en mágica una noche de diciembre donde los villancicos y los adornos navideños brillan por su ausencia. Ni falta que hacen. De aperitivos, jamón rico,  canapés de aguacate con anchoas, queso de cabra y pimientos del piquillo, de queso y mermelada de arándanos. Todo regado con vino blanco al punto de frío. Entre bocado y bocado charlamos de todo un poco. La música va cambiando, y la intimidad de cada una deja paso a la confianza. De primero ensalada de rúcula, remolacha, nueces. De segundo “pasta” a base de calabacín en tiras, bacon, nata  y una pizca de guindilla desmenuzada. Seguimos con el vino blanco. De vez en cuando salimos al porche para que alguna fume un cigarrillo. Hace frío, lo disfrazamos con el calor de nuestra conversación donde no falta el humor. La vida sin risa no es vida. Ese es nuestro axioma; convertir la tragedia en comedia, nuestro súper poder.
Una de las tres tiene a su madre afectada por una enfermedad degenerativa. Una agonía que dura ya tres años y que convierte al Alzheimer en un asesino a fuego lento.  La impotencia de nuestra amiga no solo es por ver a la persona que le regaló la vida consumirse como una mecha prendida de gasolina. Lo que hace que llore cada día es no saber lo que su madre trata de expresar con sus gritos, silencios, o suspiros. Nuestra amiga la acaricia, la abraza, la besa, la peina, tratando de transmitirle tanto, tanto amor. Lo hace sin saber si es lo apropiado, conveniente u oportuno. Lo hace porque es lo que le nace del corazón, y eso sí que es una garantía. Aunque mi amiga no lo sepa, por su desesperanza ante la situación, lo que se hace porque nace del corazón, se intuye, se siente y se percibe, aunque la cabeza del que lo recibe hace ya mucho que abandonara la coherencia. Mi amiga sufre por su madre en silencio, como se sufren las almorranas. No se permite que la vean llorar o padecer lo que está viviendo y tira palante como puede. Ella no lo sabe, pero esta cena ha sido preparada para decirle sin palabras que no está sola. Para que se permita un momento de descanso; para que coma y beba el cariño que la anfitriona y yo hemos puesto en este encuentro, aunque ninguna de las dos haya verbalizado la ocurrencia. De postre, galletitas delicatessen y chocolate redondo servido en unos hueveros que delatan, una vez más, el buen gusto y la entrega de la  convidadora para que nos sintamos especiales. Ese es su don: te hace sentir especial. Y después del dulce, cómo no, cerramos la cena bailando unas cuantas canciones, danzando por el gigantesco salón como si solo existiéramos las tres en el mundo. Me permito pedir cantar el Dancing Queen ante ellas. Es como un ritual en cada cumpleaños que celebro, y este año no pudo ser. No importa. Esta noche es la noche. Canto como una Queen mientras que las dos amigas ejecutan el dancing con una coreografía improvisada que se convierte en un regalazo.
Es hora de marcharse. Nos colocamos nuestros abrigos, y antes de despedirnos se produce un momento-confidencia por parte de la que sufre la malaventura de su madre. Las lágrimas brotan de sus ojos turquesa mientras nos cuenta lo que ha ocurrido hace dos noches en la habitación del hospital donde su madre estaba. La señora de la cama de al lado,  en estado vegetativo, ha fallecido durante la noche. Nadie la acompañaba. El personal del hospital se percató del hecho tres horas después de que ocurriera. A pesar de que su hijo había sido advertido de que el final de su madre era inminente no pasó la noche con ella ni tampoco dispuso que alguien estuviera allí mientras él estaba ausente. Dejó su número de teléfono pegado con esparadrapos en la mesita de noche de su madre para que le llamaran si ella moría. Todo un detalle por su parte. Mi amiga no podía entender este comportamiento y por fin dio rienda suelta a sus emociones y se dejó llorar ante las dos amigas que la escuchábamos. La amistad es para compartir risas, bailes y llantos. Llora, mujer, no te cortes. No te vamos a juzgar, no vas a estropear la velada. Estamos contigo. Mientras se consuela soltando lastre, la anfitriona trata de aliviarla con situaciones hipotéticas del porqué el hijo de la señora que ha fallecido no ha podido estar con su madre. Yo me quedo en modo Belinda, incapaz de expresar lo que siento a mi querida amiga, que llora desconsolada y que repite una y otra vez cómo ese hijo ha podido dejar a su madre con un número de teléfono pegado con esparadrapos en su mesita de noche. Hace ya rato que mi mente ha retrocedido casi cinco años atrás…

Estoy sola en la habitación del hospital donde me han ingresado dos días antes. El doctor entra, cierra la puerta, y se coloca frente a mí para anunciarme que todas las papeletas indican que mi pulmón derecho está invadido por un carcinoma. No sé si está más afectado él o yo, porque cuando me lo dice estoy más sola que la una. El día antes de ingresar en el hospital miro en internet cualquier interpretación de la radiografía que muestra lo que yo intuyo. Cuando termina su sentido discurso sobre mi posible diagnóstico le digo que no quiero que me toquen ni un pelo. Que los dos o tres meses que me queden quiero vivirlos con la mayor dignidad posible. El doctor se viene abajo, me clava su mirada acuosa y casi me suplica que no haga eso. Usted es muy joven, deje que la tratemos, pondremos todo de nuestra parte para que salga adelante, por favor, déjenos hacer, me dice. Pero no me convence. No sé quién de los dos se queda más tocado. Comienza entonces una montaña rusa de pensamientos en mi cabeza. Mi corazón late a mil por hora. El doctor ha ordenado que me faciliten los tranquilizantes que yo pida. Esa tarde me visitan algunos familiares. Tengo los ojos entrecerrados por la medicación pero soy plenamente consciente de lo que hablan. Y es entonces cuando comprendo que todo puede ir a peor. En la conversación que mantienen mis familiares mientras me creen dormida queda claro que me he convertido en una patata caliente que nadie desea tener entre sus manos.
Al día siguiente hablo con mi doctor. Le digo que he cambiado de opinión. Que todavía me quedan muchas cosas por hacer. Que vamos a por todas. Pero pasan dos meses hasta que dan con el tipo de cáncer que tengo, y para cuando van a empezar los tratamientos, el Linfoma No Hodking agresivo que estaba en mi pulmón ya se ha extendido por la pleura, el bazo y el hígado y ha comenzado la metástasis en el hígado y en la pleura. Noto como me va devorando rápidamente. Durante el primer año tengo seis ingresos hospitalarios. En la cama, debo permanecer siempre en la misma postura, medio incorporada, sin moverme. Apenas puedo hablar, me ahogo,  me supone un esfuerzo titánico articular palabra. Estoy enchufada a una máquina constantemente, incluso para ir al baño. En el segundo ingreso hospitalario, a los dos meses del primero, comienzan a aplicarme unos tratamientos que me dejan calva. Nunca tengo algún familiar acompañándome más de media hora, lo que dura una visita de cortesía. Solo durante las sesiones de quimioterapia cada 21 días, que en mi caso duran un día entero, un hermano me acompaña todo el rato, me da de comer con todo el amor del mundo y luego me lleva a casa,  me deja acostada y se marcha. Cada vez que entro o salgo del hospital ningún familiar me pregunta cuándo me dan el alta para recogerme y llevarme a casa, por ejemplo. Casi siempre son amigos los que lo hacen. Podría contar muchas cosas que ocurrieron, que sentí que padecí o que me marcaron. Pero hay una, especialmente, muy dura, durísima. Mucho más que todas las perrerías que sufrieron mi cuerpo y mi mente. Ocurre durante mi tercer ingreso hospitalario. El personal de hematología ya se ha más que percatado de que, aunque recibo visitas, nadie se queda conmigo como acompañante. Mi estado es bastante grave. Una enfermera se acerca a mi habitación, y con toda la dulzura del mundo, formula la pregunta:
-        ¿Por favor, me das el número de teléfono de algún familiar al que poder llamar si es necesario?
Pero no puedo dar el número de ningún familiar. Una vez le pregunté a un hermano si podía dar el suyo y me respondió que diera el de mi hija, a pesar de saber que ella me había echado de su vida hacía mucho. Pienso en el ángel que me acompaña en silencio, de puntillas; apenas se nota pero siempre está de una u otra forma. Es una persona solidaria que me acompaña en la medida de sus posibilidades durante mi proceso. La llamo por teléfono; casi no sé cómo preguntarle. Como quien está dejando caer una responsabilidad mu grande mu grande a quien no le corresponde, le digo que la enfermera me ha pedido un número de teléfono de alguien a quien llamar por si pasa algo, que si puedo dar el suyo. Con voz serena y firme me responde que claro. Y yo respiro con apuro y al mismo tiempo con tranquilidad. No creo que ella actúe así porque hayamos compartido parentesco lejano, porque nos conocemos desde hace años. Ni siquiera creo que se comporte así porque sea yo. Creo que lo hace por humanidad. Porque tiene corazón. Creo que lo haría igualmente por una vecina, una prima, un gato, o cualquier persona que lo necesitara. Lo que ella hace es lo normal. Y sin embargo en mi caso se convierte en algo extraordinario. Creo que si yo hubiera estado en estado vegetativo y ella no hubiera podido estar conmigo cuando se acercara el final, lo mismo hubiera dejado una tarjeta con su número. Bendita sea. A lo mejor un número de teléfono pegado con esparadrapos a la mesita de noche, quién sabe. Han pasado casi cinco años. Ya pasó...


La anfitriona de la exquisita cena y de los momentos que acabamos de compartir esta noche se percata de mi silencio. Me gustaría contar mi sentir a las dos, pero lo que me ocurrió ya es pasado. Una vez más me pregunta qué me pasa, por qué estoy tan callada, pero sigo sin poder articular palabra durante la rotura emocional de la amiga de ojos turquesa que no entiende cómo puede morir  una madre, sola, junto un número de teléfono.  Me gustaría decirles que hay momentos que te transportan a otros que no deseas volver a recordar. Aunque cuando lo haces, solo tienes palabras de gratitud hacia esas almas que te acompañaron durante el camino. Como la que me ofreció su número de teléfono durante el proceso en el que en lugar de ser una paciente que requiere de cuidados especiales y mucho amor, los míos me convirtieron en una patata caliente. Un número de teléfono... Para unos una ofensa, para mí, un regalo. Una sucesión de números que pueden llegar a ser mucho más que eso; algo así como un jeroglífico lleno de amor con un significado especial:  Trataré de estar a tu lado, pero por si acaso, llámame si te mueres.





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domingo, 18 de noviembre de 2018

PERMÍTETE



Hoy es domingo. El fin de semana ha sido muy productivo. La Abundancia, el amor y el desamor han  estado muy presentes.

De un tiempo a esta parte me gusta cerrar el año con la Abundancia. Me recuerdo que lo que cierra la puerta a la Abundancia es, entre otras cosas, la RESISTENCIA AL CAMBIO; si ponemos resistencia al cambio no aprovechamos las oportunidades que se nos presentan. Simple.
 Otro estorbo para atraer la Abundancia es NO ACEPTAR LO QUE ES.  Atraemos lo que vibramos y vibrar la no aceptación conduce a un callejón sin salida.

 También el NO PERDÓN frena la Abundancia: no perdonar nos hace sentir engañosamente fuertes. El enfado tapa el dolor porque el enfado es más confortable que el dolor. El NO perdón acarrea estar siempre alerta, a la defensiva, a actuar desde el miedo. Es absurdo no perdonar; no porque el otro se lo merezca, sino porque yo merezco la paz que me da ese perdón y porque esa paz me permitirá, no estar alerta, sino atenta. Y es la atención lo me da poder para establecer límites.

EL APEGO es otra traba para atraer la Abundancia: nos lleva a vibrar en la escasez. LA NARRATIVA es fundamental para atraer lo bueno; se trata de no expresar lo que no queremos, sino lo que queremos. Por último, ser desagradecido es un freno importante para avanzar: lo que nos conecta con la Abundancia es el AGRADECIMIENTO.

En resumen: como pienso, siento. Como siento, vibro, y como vibro, atraigo. Así de simple.

Esta reflexión es la que me hubiera gustado transmitir al amigo que me preguntó ayer si yo creía en el amor para  siempre. La pregunta en sí no habría tenido mayor transcendencia si no fuera porque de un tiempo a esta parte  percibo a mi amigo bloqueado, y también, porque la formuló delante de su pareja, que no decía nada y lo decía todo. Puede que mi axioma sobre la Abundancia le hubiera ayudado a desbloquearse. También puede que no esté bloqueado y solo sean figuraciones mías. En todos los casos, eludí, discretamente, entrar en un debate sobre algo tan profundo y al mismo tiempo tan sencillo de responder. Me hubiera gustado decirle que, según vengo observando últimamente, la convivencia mata el amor. Y también le hubiera dicho que en los tiempos que corren parece más coherente creer en el desamor que en el amor. Le habría dicho que para mí el amor ni es para siempre ni es para nunca, que no le pongo adverbios de tiempo. Que para mí el amor de alguien se mide por la libertad y el respeto que muestra hacia lo que soy. Que el amor nace de la admiración que se siente hacia una persona, y que si esa persona no me deja ser libre y trata de manipularme para conseguir sus fines en la pugna por el poder que se establece entre los seres humanos, sean o no pareja, la admiración acaba desapareciendo, y se lleva con ella el amor. Me habría gustado decirle, en definitiva, que desde hace algún tiempo me doy permiso para muchas cosas y que eso me hace sentir realmente bien.  ¡Permítete!, me dieron ganas de chillar... Y recordé el texto del libro de Joaquín Argente “Me doy permiso para”, que retrata tan bien mi sentir.


ME DOY PERMISO PARA

Me doy permiso para separarme de personas que me traten con brusquedad, presiones o violencia. No acepto ni la brusquedad ni mucho menos la violencia aunque vengan de mis padres o de mi marido, o mujer. Ni de mis hijos, ni de mi jefe, ni de nadie. Las personas bruscas o violentas quedan ya, desde este mismo momento fuera de mi vida. Soy un ser humano que trata con consideración y respeto a los demás. Merezco también consideración y respeto.

Me doy permiso para no obligarme a ser “el alma de la fiesta”, el que pone el entusiasmo en las situaciones, ni ser la persona que pone el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan. No he nacido para entretener y dar energía a los demás a costa de agotarme yo: no he nacido para estimularles con tal de que continúen a mi lado. Mi propia existencia, mi ser, ya es valioso. Si quieren continuar a mi lado deben aprender a valorarme. Mi presencia ya es suficiente: no he de agotarme haciendo más.

Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas en el trabajo. No voy a cargar con responsabilidades que corresponden a otros y que tienen tendencia a desentenderse. Si las exigencias de mis superiores son desproporcionadas hablaré con ellos clara y serenamente.

Me doy permiso para no hundirme las espaldas con cargas ajenas. Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos que me infundieron mis padres y las personas que me educaron. El mundo no es solo hostilidad, engaño o agresión: hay también mucha belleza y alegría inexplorada. Decido abandonar los miedos conocidos y me arriesgo a explorar las aventuras por conocer. Más vale lo buena que ya he ido conociendo y lo mejor que aún está por conocer. Voy a explorar sin angustia.

Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente. No soy perfecto, nadie es perfecto y la perfección es oprimente.

Me permito rechazar las ideas que me inculcaron en la infancia intentando que me amoldara a los esquemas ajenos, intentando obligarme a ser perfecto: un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable. Es decir: inhumano.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren; y asumo mi derecho a ponerles límites y barreras a algunas personas sin sentirme culpable. No he nacido para ser la víctima de nadie.

Me doy permiso para no estar esperando alabanzas, manifestaciones de ternura o la valoración de los otros.
Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de teléfono, una palabra amable o un esto de consideración. Me afirmo como una persona no adicta a la angustia. Soy yo quien me valoro, me acepto, me aprecio. No espero a que vengan esas consideraciones desde el exterior. Y no espero encerrado o recluido ni en casa, ni en un pequeño círculo de personas de las que depender. Al contrario de lo que me enseñaron en la infancia, la vida es una experiencia de abundancia. Empiezo por reconocer mis valores, y el resto vendrá solo. No espero de fuera.

Me doy permiso para no estar al día en muchas cuestiones de la vida: no necesito tanta información, tanto programa de ordenador, tanta película de cine, tanto periódico, tanto libro, tantas músicas. Decido no intentar absorber el exceso de información. Me permito no querer saberlo todo. Me permito no aparentar que estoy al día en todo o en casi todo.Y me doy permiso para saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo. Decido profundizar en todo cuanto ya tengo y soy. Con lo que soy es más que suficiente. Y aún sobra.

Me doy permiso para ser inmune a los elogios o alabanzas desmesurados: las personas que se exceden en consideración resultan abrumadoras. Y dan tanto porque quieren recibir mucho más a cambio. Prefiero las relaciones menos densas. Me permito vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. No entro en su juego.
Si intentan presionarme para lo que haga lo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.

Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.
Elijo lo que me da salud y vitalidad. Me hago más fuerte y más sereno cuando mis decisiones las expreso como forma de decir lo que yo quiero o no quiero, y no como forma de despreciar las elecciones de otros. No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado en el calendario es obligatorio sentirse feliz, yo estaré como estaré. Me permito estar tal como me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenen las costumbres y los que me rodean: lo normal y lo anormal en mis estados emocionales lo establezco yo.

Joaquín Argente

(Joaquín Argente es diafreoterapeuta y su trabajo consiste en ayudar a las personas a recuperar la elasticidad del diafragma, el gran músculo de la respiración y la circulación energética que actúa también como puente entre el consciente y el subconsciente).

No te pidas permiso. Permítete.

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sábado, 6 de octubre de 2018

EL SHOW DE AMANDA




Cuatro menos cuarto de la tarde. Sábado. No voy a entrar en detalles de cómo ha sido la mañana hasta ahora. Solo voy a decir que después de mucha productividad he dedicado una hora seguida a mirar una red social. Revelador. Como soy fan de la premisa None sapiencia sine experiencia he decidido hacer un experimento para comprobar qué se siente después de colgar cosas parecidas a lo que algunas personas exhiben en sus perfiles de redes sociales moment by moment. Para no extenderme solo daré constancia de la última hora y media de mi vida. Lo puedo llamar "Noticias de última hora" o "El show de Amanda" (como el de Truman). La decisión no es firme aún.

Comenzaré contando que acabo de terminar de degustar  unas lentejas que cociné hace 3 días. Riquísimas. Con to zuhabío: con su cabeza de ajo, con su cebolla, con su pimiento, con su zanahoria,  con su chorizo, con su buen aceite de oliva del bueno. He acompañado las lentejas con un Reserva de 2014 en cuya etiqueta descriptiva no pone nada de afrutado, carnoso, aterciopelado, suave en boca, taninos o chuminos. Solo pone:“Los frutos seleccionados de las mejores parcelas de palacio, y la recolección en el momento óptimo de maduración, hacen de este caldo un vino para un rey. Product of Spain”. Noniná. Porque yo lo valgo. Me apetecía comer mirando la televisión. Puse Neox por si estaba The Big Bang Theory pero había una película agresiva con puñetazos y tiros y pasé. Pulsé una tecla del mando al tuntún y saltó una emisora de TV local que no voy a mencionar por vergüenza ajena, con un presentador que tampoco voy a mencionar (por lo mismo)  que cada día se parece más físicamente a Jorge Javier Vázquez. Lo he dejado estar a ver qué dice a su entrevistada pero el tedio  ha superado mi curiosidad y me ha llevado a concentrarme en el sonido de la lavadora que he puesto justo antes de sentarme a tomar mi almuerzo. Nada especial: ropa negra, sobre todo, bragas. Les pongo detergente para pieles sensibles y como toque especial una cucharadita de bicarbonato que desinfecta y deja las bragas y toallas más esponjosas. Mi perro está en modo Zen. Probablemente cuando me tumbe a descansar venga a mí para que lo acaricie y le dé mimos. No tiene hartura. Después de una media hora le diré que ya vale y se conformará.
Ahora voy a descansar un rato. Son las cuatro de la tarde y no he parado. Descansaré y cuando me levante tenderé las bragas y la ropa negra a secar. Esta noche tengo plan así que tendré que organizar el horario del paseo canino para ajustarlo con mi salida.
De momento es todo.

P.D. Cambio de cadena. No puedo soportar al clon de Jorge Javier y por lo visto la cadena repite una y otra vez ese programa como un método de tortura. Me rindo. Apago la tele. Voy a descansar y a ir viendo cómo evoluciona mi experimento.

Volveré.


domingo, 19 de agosto de 2018

MÁS CHULA SERÁ LA CAÍDA



No estés donde no quieres estar.
No estés con quien no quieres estar.
No hagas lo que no quieres hacer.
No busques a quien no desea ser encontrado.
Cree firmemente en lo que quieres. Créalo.
Tírate a la piscina. Nada, si es preciso.
Que el miedo te tenga miedo.
Si te caes, te levantas.
Escucha a tu cuerpo. Si puedes, puedes, si no, descansa; un día, dos, tres: los días que sean necesario.
Vive sin prisa.
Tener menos, a veces, significa tener mucho más.
Hay victorias que valen más que el peso de tu cuenta bancaria.
El lujo, a menudo, carece de valor. La sencillez, la mayoría de las veces, no tiene precio.
Mejor comer una buena sardina que digerir una mala langosta.
El dinero va y viene. La vida es muy larga. No hay mejor destino que la calma.
El tiempo no pone a las personas en su sitio, solo se encarga de retratarlas.
No desear la guerra no implica no establecer límites.
No se trata ni de tender puentes ni de dinamitarlos. Se trata, más bien, de dejar que el corazón decida si te late atravesarlos. Que tu intuición sea tu brújula y tu mente el mapa para llegar a cuaquier lugar.
Ser bueno no es lo mismo que ser tonto. Tampoco has venido a este mundo para ser un santo. Has nacido para ser feliz. Trata de no poner obstáculos.
Si necesitas ayuda, pídela, no seas ganso. Pedir ayuda es de valientes, no pierdes nada con intentarlo.
Mi madre solía decir: “Lo poco espanta y lo mucho amansa”. De ella aprendí, entre otras cosas, que tener un título universitario o ser rico no engrandece a las personas; que hay mucho lerdo con toga y Visa Oro o al volante de un cochazo. De mi madre también aprendí que detrás de una persona humilde, muchas, muchas veces, se encuentra un sabio. Que no es comparable la experiencia vital con recitar de memoria a los clásicos. Que la vida es muy larga, que el dinero va y viene...
Estas son algunas de las cosas que mi madre y la vida me han enseñado. Pero lo mejor de todo ha sido aprender a volar alto, sea lo que sea lo que haya abajo.
Vuela, vuela, ¡¡Vuela!!, no mires hacia abajo.Y si caes, déjate de chuminás camperas, que sea desde lo más alto. Más chula será la caída.

“Afortunadamente, algunos nacen con sistemas de inmunidad espiritual, que tarde o temprano, les hace rechazar la visión ilusoria injertada sobre ellos desde el nacimiento y a través del condicionamiento social. Comienzan a sentir que algo está mal y empiezan a buscar respuestas. El conocimiento propio y las experiencias anómalas les muestran un lado de la realidad al que otros son ajenos, y así comienzan su viaje al despertar. Cada paso del viaje se hace siguiendo el corazón en vez de seguir a la masa y eligiendo el conocimiento sobre los velos de la ignorancia”. (Henri Bergson)

No todo es una pesadez.





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martes, 22 de mayo de 2018

GRACIAS POR VISITARME



No estáis visitando un blog abandonado por la desidia, ni un barco a la deriva. Estoy de reforma integral en mi vida, en general. Muchos cambios que requieren toda mi atención. Volveré antes de lo que pensáis con ilusiones renovadas, nuevas aventuras y más alegría.
Gracias a todos por vuestra fidelidad. Gracias por visitarme. Volveré.
Hasta pronto. Abrazos...



Amanda Flores


sábado, 31 de marzo de 2018

RENDIRSE AL TIEMPO



“PARA TODOS LOS QUE CREEN QUE SE ESTÁN QUEDANDO ATRÁS”. Por Jamie Varon
(Jamie Varon es escritora y vive en Los Ángeles. Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros).


No necesitas más motivación. No necesitas más inspiración. No necesitas leer más listas, ni blogs ni artículos que te expliquen por qué no estás haciendo lo suficiente. Actuamos como si el mero hecho de leer la cantidad suficiente de artículos o citas de Pinterest cambiara algo en nuestro cerebro y nos hiciera ponernos en marcha. Pero, cuando se trata de éxito, motivación, fuerza de voluntad, objetivos, productividad y todas esas palabras que se han puesto de moda, nadie dice la verdad: eres como eres hasta que dejas de serlo. Cambias cuando tú lo decidas. Te pones en marcha cuando te conviene. Así son las cosas.
Creo que debemos permitirnos estar en el punto que queramos de nuestra vida cuando queramos.

No eres un robot. No puedes llamar a la motivación cuando no la tienes. Hay momentos en los que pasa algo y otros en los que la vida hace de las suyas. ¡Ah, la vida! ¿Te acuerdas de ella? A veces, te enseña muchas cosas y, a veces, te obliga a tomar el camino largo antes de darte una lección importante.
No puedes controlarlo todo. Puedes levantarte a las cinco de la mañana todos los días hasta que termines agotado, pero si no te salen las palabras, las ideas o los dibujos, no te salen. Puedes afrontar cada día con las mejores intenciones, pero si no es el momento, no es el momento. Tienes que permitirte ser humano.
"Si no es el momento, no es el momento. Tienes que permitirte ser humano".

A veces, no se puede empezar a escribir un libro porque todavía no te ha llegado la inspiración para crear al personaje principal. A veces, se necesitan dos años más de experiencias antes de crear una obra maestra que parezca real y natural. A veces, no te enamoras porque lo que necesitas saber de ti mismo sólo lo puedes descubrir por ti mismo. A veces, simplemente das con la pareja adecuada. A veces, la tristeza te abruma porque, un día, formará parte de los cimientos sobre los que construirás tu vida.
Todos lo sabemos: no siempre se pueden cambiar nuestras vivencias. Aun así, no nos comportamos como si lo supiéramos. Nos esforzamos en manipular y controlar nuestras vidas, en conseguir ganar, en coger un atajo que nos lleve directos al éxito porque otros dicen haberlo cogido, en procesar las emociones y la incertidumbre como si se tratasen de un camino sin bifurcaciones.No puedes hacer lo que quieras con tu vida. Es así de simple. No puedes controlar cualquier aspecto o resultado para protegerte de la incertidumbre que te supone algo que no eres capaz de entender. Es la base de la vida: ser tal y como eres en cada momento y dejar que eso sea suficiente.

Aun así, no nos comportamos como si estuviéramos de acuerdo con este estilo de vida. Leemos constantemente listas de 30 elementos que te aconsejan cómo conseguir una motivación natural y humana de una manera más eficaz. A menudo nos olvidamos de que somos como somos hasta que dejamos de serlo. Somos así hasta que cambiamos. Podemos mejorar un poco si adoptamos unos hábitos saludables y actuamos de un modo beneficioso para el crecimiento personal, pero no podemos desafiar al tiempo.

A veces nos olvidamos de rendirnos al tiempo (y no deberíamos).
Todo se ve muy negro hasta que deja de verse así. La mayoría de nuestra tristeza se genera por la creencia de que la vida debería ser diferente. Creemos que tenemos todo el control, y el desprecio y el odio hacia nosotros mismos viene de esa idea de que deberíamos ser capaces de cambiar las circunstancias, de ser más ricos, más atractivos, más felices o mejores. Aunque es cierto que la autorresponsabilidad está bien, a menudo nos lleva a experimentar esas sensaciones de resentimiento o amargura que nadie necesita. Tenemos que esforzarnos y concedernos permiso para dejar que pase lo que tenga que pasar y no sentirnos tan atados y vulnerables a los resultados. Normalmente, las oportunidades no se presentan tal y como uno espera.
No necesitas más motivación ni más inspiración para llevar la vida que quieres. Necesitas avergonzarte menos ante la idea de que no estás haciendo lo máximo que puedes. Tienes que dejar de escuchar a esa gente que vive en unas circunstancias completamente distintas y está en una etapa diferente de su vida. No tienes por qué escuchar cómo te dicen que no estás haciendo lo suficiente. Lo que tienes que hacer es dejar que el tiempo haga lo que tenga que hacer. Necesitas entender que lo que está pasando ahora mismo se convertirá en una inspiración más adelante y que el momento en el que estás ahora te ayudará a forjar tu identidad.
"Hay algo más allá que cuesta comprender. No podemos enfrentarnos a ello. No podemos seguir una lista de consejos para superarlo. No podemos controlarlo".
A veces, lo que sucede es que todavía no nos hemos convertido en las personas que necesitamos ser para comprender lo que deseamos. A veces, tenemos que permitirnos evolucionar hacia un lugar en el que podamos dejar que ocurra lo que queramos.
Digamos que quieras lo que quieras, lo quieres lo suficiente. Lo quieres tanto que te estás amargando por intentar conseguirlo. Podrías relajarte un poco. A lo mejor la motivación no es el problema, sino la obsesión por empujar una bola de nieve que no para de crecer.
Hay algo más allá que cuesta comprender. No podemos enfrentarnos a ello. No podemos seguir una lista de consejos para superarlo. No podemos controlarlo. Lo único que tenemos que hacer es dejar que haga su trabajo, relajarnos por un momento, dejar de esforzarnos tanto y dejar que pase lo que tenga que pasar. Llegará un día en el que lo que está pasando ahora tenga sentido. Confía en mí.
Permítete el lujo de confiar en lo que te acabo de decir.
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Reflexión sobre el sentido de la vida (Extracto de la película Hanna y sus hermanas, de Woody Allen). Buen provecho.
                         

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jueves, 29 de marzo de 2018

LA ENVIDIA II (SÍNTESIS)




 Esta es la segunda parte de "LA ENVIDIA", en síntesis.
 (http://amanda-flores.blogspot.com.es/2017/09/la-envidia.html).
Buen provecho.


 Un virus puede infectarle, tenga cuidado. Incubado desde las primeras etapas de la vida, irá parasitándole de forma sutil, originándole unos síntomas que quizás no perciba, no detectables en análisis ni radiografías, pero que, como un apestoso, le irán alejando de su entorno.
  Si nota un pesar o dolor por el bien ajeno; si le asaltan frecuentes apetencias por cualidades u objetos que otros posesionan, es muy posible que ya esté contagiado. Si usted es de los que piensa que son los demás los que están mal mientras uno está 0.K., quizás no se de cuenta de esta infección hasta que los efectos sean irreversibles.
  Para detectar el foco infeccioso, tendrá que pedir ayuda, tendrá que meter su alma en la lavadora, en algún momento debería pensar que algo le pasa.
  Pero, ¿de qué virus hablamos? Ni más ni menos que del deletéreo virus de la envidia; aparece ya en la Biblia, con el tema de los ángeles caídos que envidiaban la capacidad creadora de Dios. Caín, paradigma del contagio, nos muestra cómo la enfermedad se da entre próximos,entre personas cercanas. Se puede presentar de manera muy enmascarada, resultando de muy difícil reconocimiento, y no tiene una explicación lógica pues muchas veces el envidiado no comprende el ser objeto cuando el contagiado disfruta de una mejor situación en la vida.
  Envidiar significa “ no ver “, no quiero ver al otro, y no ver es desear su aniquilación, que se muera, y si no puedo, que no disfrute lo que tiene, aunque yo no lo disfrute. Ni vivo ni dejo vivir. Claro, que muchas veces no se es consciente de este motor averiado. Se ve que estamos ante una patología profunda; uno necesita como ir sacando capas de sí mismo para poder llegar a enfrentar y ver la naturaleza de lo que es esta enfermedad.
  Cuando afecta a una comunidad actúa como si una gangrena se tratase. Se apodera de un pueblo, empieza a sembrar algo así como la chatura, pues la envidia de los demás hace que uno se modere ya que en caso de sobresalir puedo reactivar la infección. Obliga a la gente a no llamar la atención, a entregarse a la rutina pues hacer algo nuevo es sobresalir. Lo nuevo significa algo original, y lo nuevo y lo original supone una actividad creadora, de ahí las defensas del grupo social frente a lo nuevo, el deporte del misoneísmo (aversión a lo nuevo ). Cercena así una necesidad básica del ser humano como es la individualidad, el respeto por lo propio, la necesidad de ser originales, de ser creadores de nuestra propia existencia. Los afectados van con su lengua minando y destruyendo y los damnificados se alejan. Pero la envidia no permite
crecer, condena al afectado a cocerse en su propia salsa.
  Para Melaine Klein, es la expresión de impulsos destructivos originados en una fractura en la relación madre/hijo durante la lactancia. Algo ha fallado. El pecho materno, además de leche, ofrece amor, calor, protección. Si el niño no recibe la dosis que necesita, vivirá la ambivalencia de destruir la fuente de sus desdichas y la necesidad de conservarla. De una buena relación surgirá el agradecimiento, de ahí las raíces tan profundas que presenta la ingratitud. Y para luchar contra este virus sólo existe la vacuna de la caridad pues el envidioso no tiene el remedio en sí, necesita profundamente de los otros para reparar aquella herida primaria de Klein.

Y si aparece la caridad, hay que distanciarse de este virus, por salud mental.

("Cómo curar al monstruo". Por Jiddu Kruhsnamurti)






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domingo, 4 de marzo de 2018

HAZ LO QUE QUIERAS




Lo leí y me encantó. Llegó en el momento justo. Como todo. Todo sucede por algo, nada es por casualidad. Cada cosa sucede en el instante idóneo. Incluso, muchas veces, lo que no sucede es lo mejor que nos puede ocurrir. Pero en este caso ocurrió. Como apunté al comienzo, lo leí, me encantó y no podía dejar de ponerlo por aquí.


Me doy permiso para
no ver la vida
tal como me dijeron en la infancia:
como carencias, miedos y pecados.

Me doy permiso para
desarrollar mis capacidades creativas.
Me permito empezar a escribir poemas
o relatos, o a pintar, o esculpir, cantar,
descubrir, hacer música:
vivir.

Me doy permiso para
no tener miedo ante lo desconocido:
¿por qué habría de ser malo o difícil
lo que me espera?
Me doy permiso para
no complicarme la vida
innecesariamente.

Me doy permiso para
no estar justificando todo lo que hago,
aunque les parezca extraño
a los demás.
Ahora me permito parar
y hacer o no hacer
muy suavemente lo que me apetezca.

Me doy permiso para
no agotarme
intentando
ser una persona excelente.
Me doy permiso para
equivocarme no una sola vez
sino todas cuantas veces me suceda.

Me doy permiso para
no involucrarme en embrollos
emocionales, amorosos, laborales
o de cualquier otro tipo.
Hay muchas situaciones
y personas que los conllevan
necesariamente: decido no entrar
en sus juegos agotadores.
Y reconozco con tranquilidad
que en algunas de las relaciones
de mi vida,
yo he sido en parte responsable de la
creación de problemas.
Decido no continuar jugando el juego
de víctimas y verdugos.

Me permito no sufrir angustia
esperando una llamada de teléfono,
una palabra amable
o un gesto de consideración.
Soy yo quien me valoro,
me acepto
y me aprecio.
Me doy permiso para
no estar a la espera
para no vivir esperando.

Me doy permiso para
gozar de buena salud,
de plena salud.
Me doy permiso para
disfrutar con el trabajo.
En vez de una maldición bíblica
y del mensaje de tener que
“ganar el pan con el sudor de
la frente”
el trabajo me permite relacionarme
únicamente con el mundo.
¡Soy válido! ¡Soy capaz!

Me doy permiso para
no comprometerme
rígidamente con nadie.
Me reservo espacios
y vivencias para mí solo
o para compartir
con quien yo decida.

Me doy permiso para
la espontaneidad y la autenticidad.
Me doy permiso para ser frío y distante
con todas las personas que yo decida.
La ternura, la calidez y la proximidad
me las reservo para quien yo quiera.

Me doy permiso para
no intentar controlarlo todo.
Me doy permiso para
relativizar la mayor parte
de las cosas de la vida
y poner humor en mi existencia:
¡fuera miedos innecesarios!

Me doy permiso para
aceptarme plenamente
con lo que parecen contradicciones.
Me doy permiso para
no estar al día
en muchas cuestiones de la vida:
no necesito tanta información.

Me doy permiso
con mi pareja, espacialmente,
y con las personas
de mi familia más próximas,
para no sentirme responsable
de sus estados emocionales
ni dejarme zarandear
interiormente
por sus inestabilidades.

Me doy permiso para
crecer y continuar mi proceso
de desarrollo personal
sin que sea a costa del sufrimiento.
Me permito
no dejar entrar en mi mundo
a las personas que problematizan
las situaciones
para que los demás
les prestemos atención.

Me doy permiso no sólo para
perdonar a otras personas
sino también -y especialmente-
para sentir que soy perdonado
y para perdonarme yo mismo
mis equivocaciones.
Me doy el permiso
más importante de todos:
el de ser auténtico.


                    Haz lo que quieras. Date permiso.



("Me doy permiso para..." es un conjunto de breves anotaciones sobre la vida cotidiana y las distintas formas de enfocarla. JOAQUÍN ARGENTA , además de su autor, es diafreoterapeuta y su trabajo consiste en ayudar a las personas a recuperar la elasticidad del diafragma, el gran músculo de la respiración y la circulacion energética que actúa también como puente entre el consciente y el subconsciente.)



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