miércoles, 18 de octubre de 2017

MÁS VALE UNA VEZ COLORÁ QUE UN CIENTO AMARILLA





“Tras dos semanas indeseables por un brote muy duro de fibromialgia que he pasado, hoy, por fin, parece que va remitiendo. Hoy el día es verde, como mi rincón-vergel favorito. Feliz día.

Ayer colgué ese escueto comunicado en Facebook. Ayer, saliéndome un poco de mi norma, hice alusión a mi estado de salud en una red social. Más de dos semanas de indescriptible dolor y daños colaterales asociados (tristeza, irritabilidad, sensación de sobrar en el mundo, desesperanza, movilidad prácticamente nula, soledad…) dan tiempo para repensar que, lo que no se dice, no se sabe. Así, que decidí ponerlo en mi muro. Decidí contarlo y, además, darle ese toque de esperanza y positivismo que me caracteriza. Aunque parece ser que mostrarse positivo quita importancia o peso a una situación.  Tras muchos días luchando por mantener la cordura ante una realidad  inexpresable,  indefinible e insoportable, llego a la conclusión de que “normalizarlo” hace un flaco favor. A mí y a las personas que se encuentran en una situación similar. No es normal. No. Es horrible. Indescriptible. Indeseable. Inexplicable. Tu cabeza tratando de poner orden y calma en el caos de un cuerpo que parece barruntar las guerras internas del país, fuegos, y el diluvio universal. No. No es normal. Por mucho que familia o exloquesea lo hayan obviado, normalizado y hasta burlado de la situación, no es normal. No. Es una putada.
 Hoy, ayer, antié y el otro también, todos los días, recibo, de cualquiera, un mensaje- cadena. De esos del lacito rosa, lila o negro; de  que pongas un corazón en tu muro para que la gente se acuerde de quienes tienen cáncer, fibromialgia o almorranas. O todo junto, Hoy en concreto he recibido tres a través de mensaje privado de Fb. 
 Mi madre siempre me decía en su perfecto andaluz: “Hija mía, má vale una vé colorá que un ciento amarilla”. Y le voy a hacer caso. Hoy ya no puedo más;  que ya estoy en una edad en la que si me callo me salen subtítulos.  Que no quiero mensajes cadena de lazos –de ningún color - ni de corazones, ni de copia y pega. Algunos, incluso,  incluyen maldiciones por si paras o cortas la cadena. Que de verdad, cómo lo diría yo, no sé, que no tiene una ya el coño pa ruidos. Que ya vale. Que ese tipo de mensaje no sustituye una llamada de teléfono, o que te visiten cuando estás chunga. Que eso no reemplaza un ¿Estás mejor?, ¿Cómo amaneciste?, o ¿Cómo te fue hoy? Que no.
Que vale, que no lo expreso como Zygmunt Bauman, pero que lo siento igual. Lo mismo. Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco (1925-2017) dijo, entre otras muchas cosas, que las redes sociales son una trampa.




Influenciado por Antonio Gramsci, sus investigaciones se centran en la estratificación social. Planteó el concepto de “modernidad líquida” en 1999, una etapa en la cual todo lo que era sólido se licuó, en la que “nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”.
El extracto que detallo a continuación pertenece a una preciosa entrevista que concedió el año pasado, poco antes de morir.

PREGUNTA: Las redes sociales han cambiado la forma en que la gente protesta, o la exigencia de la transparencia. Usted es escéptico sobre ese “activismo de sofá” y subraya que Internet también nos adormece con entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?

RESPUESTA: La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos  puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relaciones. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. –estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con las que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros pero son una trampa.
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"Vivimos en un tiempo líquido  que se escurre por las manos, un tiempo líquido en que nada es para persistir. No hay nada tan intenso que consiga permanecer y convertirse verdaderamente necesario. Todo es transitorio.
Tiempo en que las relaciones comienzan o terminan sin contacto alguno. Analizamos al otro por sus fotos y frases de efecto. No existe el intercambio vivido.
Experimentamos al mismo tiempo un aislamiento protector vivenciando una absoluta exposición.
Tiempos  en que se vive en secreta angustia, el cuerpo se inquieta y el alma se sofoca.
Hay vértigo impregnando las relaciones, todo es vacilante, todo puede ser deleteado. El amor y los amigos.

Zygmunt Bauman
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Pues ya lo he dicho, escrito, enunciado. Ya se sabe. Que en estos tiempos líquidos, ahora, más que nunca, me siento, me ofrezco y me vivo sólida. Y deseo lo mismo. Que no quiero un cuerpo inquieto ni un alma sofocada. Ni mensajes-cadena con maldición incluida, o condescendientes, o que den pena. Que hasta mi perro tiene más psicología y tacto que algun@. A tomar por culo los lazos, los corazones y los copia y pega. Que quien quiera encontrarme ya sabe donde estoy. Dicho queda.  Que más vale una vez colorá...


El Diario de Amanda Flores (sólo para valientes). Todos los derechos reservados.All rights reserved

domingo, 8 de octubre de 2017

LA PUGNA POR EL PODER






Entre parejas, familias, matrimonios, amigos, jefe/empleado; entre países, habitantes de un mismo país, ha existido desde el comienzo de los tiempos la pugna por el poder.

Hace tiempo descubrí que no se puede arreglar el mundo sin antes arreglarse uno mismo. El libro “Las nueve revelaciones” de James Redfield me ayudó a abrir los ojos a lo cotidiano y desconocido al mismo tiempo.

Está claro que, de la misma forma que la felicidad no tendría sentido sin la tristeza, los dominadores tampoco tendrían sentido si no fuera porque existen los sumisos.

Muchos, a lo largo de nuestra vida, hemos permitido que se nos explotara en el sentido amplio de la palabra y que bebieran nuestra sangre, convencidos de que tenía que ser así. Así de simple. Y a base de dar palos de ciego, de ser explotados, en muchos casos maltratados sin ni siquiera tener consciencia de ello, es cuando llegamos a la conclusión de que sólo tenemos dos alternativas: morir con el pasado o reinventarnos y crearnos un futuro nuevo, diferente y, por qué no, excitante.

A continuación documento un extracto muy interesante de “Las nueve revelaciones”. En su momento fue todo un descubrimiento para mí. 
De vez en cuando lo releo y sigo subrayando y sacando cosas nuevas del libro que se convirtió en un referente maravilloso de aprendizaje .

Buen provecho.



LA PUGNA POR EL PODER

 “ …Mi campo de trabajo son los conflictos, investigar por qué los individuos se tratan unos a otros con tanta violencia. Siempre hemos sabido que esta violencia procede del impulso que nos lleva a intentar someter y dominar a nuestros semejantes, pero sólo en fechas recientes hemos estudiado el fenómeno desde el interior, desde el punto de vista de la conciencia individual. Nos hemos preguntado qué ocurre dentro de un ser humano que le hace querer dominar a otro. Hemos descubierto que cuando un individuo se acerca a otra persona y traba conversación con ella, pueden suceder dos cosas: que el individuo se aleje sintiéndose fuerte o sintiéndose débil, según lo que haya ocurrido en la interacción.
  Por esta razón los seres humanos parecemos adoptar siempre una postura manipuladora. No importa cuáles sean las circunstancias de la situación ni el tema a tratar: nosotros nos preparamos para decir lo que más nos conviene con tal de salirnos con la nuestra en la conversación.
Cada uno de nosotros procura hallar una manera de ejercer el control y de este modo dominar el encuentro. Si lo conseguimos, si nuestro punto de vista prevalece, entonces, en lugar de sentirnos débiles, recibimos un esfuerzo psicológico. Dicho de otra manera, los seres humanos tratamos de ser más listos que el prójimo e imponerle nuestro control no sólo en razón de una meta tangible a la que intentamos llegar en el mundo exterior, sino por la exaltación que así recibimos psicológicamente. Éste es el motivo de que veamos en el mundo tantos conflictos irracionales, lo mismo a nivel individual que entre las naciones.

  El consenso en mi campo es que todas estas materias están ahora emergiendo en la conciencia pública. Los seres humanos nos percatamos de hasta qué extremos nos manipulamos unos a otros, y en consecuencia estamos reconsiderando nuestras motivaciones. Buscamos otra manera de interactuar”.

( En una cena en un restaurante, son testigos de una escena de reproches, gritos y brusquedades entre los dueños y la camarera, su hija).
“ ¿ Se han fijado en esa chica? Es un ejemplo típico de violencia psicológica. A esto conduce la necesidad humana de dominar a otros cuando es llevada hasta el extremo. El dueño y la mujer dominan totalmente a la chica. Sus padres nunca han aflojado. Y desde su propio punto de vista, ella no tiene otra opción que el pataleo, la simple violencia. Es la única manera de ganar para sí un poco de control. Por desgracia, cuando madure, debido a este trauma temprano, pensará que debe hacerse con un control muy superior y dominar a otros con la misma o mayor intensidad con que la han dominado a ella. Esta característica la llevará profundamente arraigada y la convertirá en alguien tan dominante como sus padres lo son ahora, especialmente cuando tenga cerca  personas vulnerables, como, por ejemplo, niños. De hecho, no cabe duda de que este mismo trauma lo sufrieron sus padres antes que ella. Hoy tienen que dominar como consecuencia de la forma en que sus padres les dominaron a ellos. Éstos son los mecanismos que transmiten la violencia psicológica de cada generación a la siguiente. Dos personas que discuten sobre quién tiene la visión correcta de la situación, sobre cuál de las dos está en lo cierto; cada una quiere triunfar a costa de la otra, incluso llegando al extremo de invalidar la confianza en sí mismo de la oponente y de recurrir al insulto. El movimiento de esta energía, si podemos obsevarlo sistemáticamente, es una vía para comprender lo que los seres humanos están recibiendo cuando compiten y discuten y se perjudican unos a otros. Cuando controlamos a otro ser humano recibimos su energía. Nos llenamos hasta el tope a expensas del otro, y es llenarnos de energía lo que nos motiva”.    Se piensa que es correcto controlar una situación y se aprende mucho tiempo atrás que se puede controlar la situación con éxito siguiendo una determinada estrategia. Primero pretende ser tu amigo, luego descubre un punto débil, del género que sea, en lo que estás haciendo.
En realidad, socava sutilmente tu confianza en tu propia trayectoria, hasta que tú empiezas a identificarte con él. En cuanto esto sucede estás en sus manos. Todo esto, en la mayoría de las personas, todavía es inconsciente. Lo único que sabemos es que nos sentimos débiles y que nos sentimos mejor cuando controlamos a otros. De lo que no nos percatamos es de que este modo de sentirnos mejor lo pagan otra u otras personas. Proviene de la energía que les hemos
quitado. La mayor parte de la gente se pasa la vida a la caza de la energía ajena. Aunque esto ocasionalmente funciona de otra manera: encontramos a alguien que, por lo menos durante un tiempo, nos transmite su energía.




A veces una persona busca voluntariamente que definamos para ella una situación y nos cede abiertamente su energía. Como consecuencia nos sentimos llenos de poder, pero ya verás que este regalo generalmente no dura. Muchas personas no son lo bastante fuertes para continuar dando energía. A esto se debe que muchas relaciones personales se conviertan con el tiempo en pugnas por el poder. Los seres humanos suman energías, las enlazan, y después compiten por quién va a controlarlas. Y el perdedor paga siempre el precio. Dominar a otro hace que el dominador se sienta poderoso e inteligente, pero absorbe la energía vital de aquellos que son dominados. No establece ninguna diferencia el que nos digamos que lo estamos haciendo por el bien de las otras personas, o que éstas sean, por ejemplo, nuestros hijos, y que por lo tanto deberíamos tener siempre el control. El detrimento, el perjuicio, se produce siempre.

Durante mucho tiempo los seres humanos hemos competido inconscientemente por la única parte de esta energía a la que estábamos abiertos: la parte que fluye entre las personas. En esto han consistido siempre los conflictos humanos a cualquier nivel: desde las pequeñas pugnas en familia o en los lugares de trabajo hasta las guerras entre naciones. Es el resultado de sentirse inseguro y débil y tener que robar la energía de otros para sentirse bien. Pero el único motivo de que cualquier conflicto no pueda ser resuelto inmediatamente es que uno de los bandos se aferra a una posición irracional, y esto ocurre por causa de la energía.

  Cada persona desarrolla una farsa de control. Una, puede ser la de apartarse y parecer misterioso, lleno de secretos. Se confía en que alguien será atraído por esta farsa e intentará deducir qué es lo que pasa con usted. Cuando alguien lo intenta, usted sigue siendo impreciso, indefinido, forzando a la otra persona a insistir, a indagar, a escudriñar para discernir cuáles son sus verdaderos sentimientos. Mientras el otro actúa así, le dedica a usted toda su atención y esto proyecta su energía hacia usted. Cuanto más tiempo le mantiene usted interesado y desconcertado, mayor es la energía que usted recibe. Por desdicha, cuando usted se mantiene reservado su vida evoluciona muy lentamente, puesto que está repitiendo sin parar la misma escena. El primer paso para tener las cosa claras es trasladar nuestra particular farsa de control a la plena conciencia. Nada adelantamos hasta que nos miramos realmente a nosotros mismos y descubrimos qué hemos estado haciendo para maniobrar en busca de energía.

  Cada uno de nosotros debe retroceder a su pasado, volver a los inicios de nuestra vida familiar y ver cómo se formó el hábito que hemos adquirido. Viendo su comienzo nos será más fácil ser conscientes de nuestra manera de ejercer ese control. El desarrollo de nuestras particulares farsas guarda siempre relación con nuestra familia. Sin embargo, una vez que hayamos identificado la dinámica de la energía en la familia, podremos rebasar aquellas estrategias de control y ver lo que realmente estaba pasando.

  Toda persona debe reinterpretar su experiencia familiar desde un punto de vista evolutivo, un punto de vista espiritual, y descubrir quién es realmente. Una vez hecho esto, nuestra farsa de control desaparece y nuestra vida, la auténtica, cambia de rumbo.

  El interrogador corresponde a otro género de farsa. Es una persona que usa este procedimiento concreto de obtener energía: construir una farsa en la que hace preguntas y sondea el mundo de otra persona con la intención específica de encontrar algo censurable. Cuando lo ha encontrado, critica este aspecto de la vida del otro. Si la estrategia funciona, la persona criticada es incorporada a la farsa. Luego, de súbito, dicha persona se siente cohibida, tímida; se mueve en torno al interrogador y presta atención a cuanto éste hace y piensa, con objeto de no hacer algo malo que el interrogador pueda notar. Esta deferencia psíquica proporciona al interrogador la energía que desea. Piense en las veces que usted ha estado cerca de una persona así. Cuando queda atrapado en su farsa, ¿no tiende usted a actuar de manera que la persona no le critique? Ella le aparta del que debería ser su camino y le chupa la energía porque usted se juzga a sí mismo en función de lo que aquella persona pueda estar pensando.

  Todo el mundo manipula a los demás para obtener energía, bien sea agresivamente, forzando a los demás a que le presten atención, bien pasivamente, actuando sobre la simpatía o la curiosidad de la gente para atraer aquella atención. Por ejemplo, si alguien nos amenaza, verbal o físicamente.

Si por otra parte, alguien nos cuenta las cosas horribles que le ocurren, dando a entender quizá que nosotros somos los responsables y que si nos negamos a ayudarle continuarán ocurriéndole cosas horribles, entonces esa persona pretende controlarnos al nivel más pasivo, con la farsa del “pobre de mí”. ¿Se ha encontrado alguna vez con alguien que le hace sentirse culpable cuando está en su presencia, aunque usted sepa que no hay motivo para sentirse de ese modo? Si ocurre es porque ha entrado en el mundo de la farsa del pobre de mí. Todo lo que esa persona dice y ha-
ce le coloca a usted en una posición en que debe defenderse contra la idea de que no está haciendo lo suficiente por dicha persona. El resultado es que se siente culpable por el mero hecho de tenerlo cerca.

  La farsa de cada cual puede ser examinada de acuerdo con el lugar que ocupa en el espectro que va de lo agresivo a lo pasivo. Si una persona es sutil en sus agresiones, si encuentra defectos y socava nuestro mundo con el fin de conquistar nuestra energía, esta persona sería un interrogador.
El orden de las farsas sería: intimidador, interrogador, reservado, pobre de mí. Algunas personas utilizan más de uno según sean las circunstancias, pero la mayoría de nosotros tiene una farsa de control dominante que tiende a repetir y que en general depende de lo que le dio mejores resultados ante los miembros de su familia. De progenitores interrogadores surge la farsa del reservado y si además se teme por la seguridad, se genera la farsa pobre de mí. Si usted es un niño y alguien está extrayéndole energía mediante amenazas físicas, entonces ser reservado no sirve para nada.
Usted no puede forzarle a devolverle energía haciendo el papel de persona tímida y evasiva. A la otra persona le tiene sin cuidado lo que sucede en el interior de usted. Actúa con demasiada fuerza. Consecuencia: usted se ve obligado a ser más pasivo aún y a poner en práctica la farsa del pobre de mí, apelando a la compasión de aquella persona y buscando que se sienta culpable del daño que le está haciendo. Si esto tampoco funciona, entonces usted aguanta mientras es niño, hasta que sea lo bastante mayor para rebelarse contra la violencia y combatir la agresión con la agresión.
Una persona llega hasta los extremos que sea necesario para conseguir atención, o sea energía, en el seno de su familia. A continuación, la estrategia que ha adoptado constituye su estilo de control predominante cuando quiere extraer energía de otras personas, y ésa es la farsa que repetirá. Es esta la génesis del intimidador, pero, ¿cómo se desarrolla un interrogador?:

 ¿Qué haría usted si fuera un niño y los miembros de su familia no estuvieran en casa o, si estaban le ignorasen porque les preocupaba su trabajo, su negocio o quién sabe qué? Hacerse el reservado no atraería su atención, ni siquiera se darían cuenta: en cierto sentido, reservados lo serían todos.
¿No tendría usted que recurrir a indagar, curiosear, hasta finalmente descubrir algo incorrecto en aquellas personas reservadas que le sirviese para captar su atención y robarles la energía?. Así se crea un interrogador. Las personas reservadas crean interrogadores y los interrogadores hacen reservada a la gente. Y los intimidadores crean el pobre de mí, y si éste falla, otro intimidador. Es así como las farsas de control se perpetúan a sí mismas.

  Existe la tendencia a ver estas farsas en los demás y creer que uno está libre de semejantes artificios. Cada uno de nosotros debe superar esta ilusión antes de seguir adelante. Casi todos tendemos a aficionarnos, por lo menos durante un tiempo, a una farsa determinada, y es preciso detenernos y estudiarnos a nosotros mismos hasta descubrir cuál es.

  Hemos alcanzado la libertad de ser algo más que la farsa inconsciente que representamos. Podemos encontrar en nuestras vidas un significado superior, una razón espiritual por la cual nacimos cada uno en una familia concreta.



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