sábado, 12 de octubre de 2024

LA BIEN PAGÁ

 

El 15 de abril de 2016 publiqué este artículo en la columna de opinión donde colaboraba en un diario digital de cuyo nombre no quiero acordarme. La experiencia fue bien hasta que recibí un baño de realidad que dejó al descubierto aquello que decía Ryzszard Kapucinsky (1932-2007, periodista, historiador, escritor y poeta), eso de que "Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante".

Y, bueno, después de enviar al tabloide, serenamente, a tomar por culo, decidí ocultar de  mi blog algunos artículos que se publicaron en él.

Hoy después de mucho tiempo de no bucear por este espacio que quiero tanto, me he percatado de este entrada oculta que muestra mi esencia, la de Amanda Flores, más viva que nunca. Espero que la disfrutes tanto como yo disfruté creándola hace ocho años.

 Que me quiten lo bailao...


LA BIEN PAGÁ





Desde chica tuve muy claro que lo que más me gustaba del mundo era escribir. Un día leí un artículo de Elvira Lindo titulado La bien pagá y para cuando terminé de leerlo ya había decidido que a partir de ese momento mi deseo de escribir se convertiría en mi sueño.

A pesar de que las circunstancias que me rodeaban no eran las más favorables para llevarlo a cabo, tenía muy claro que a los sueños hay que dejar que la vida los acune como algo muy valioso; hay que pensarlos, visualizarlos, amarlos y, sobre todo, no renunciar a ellos.

Que la pobreza se hereda es la profecía autocumplida de quienes se conforma con lo que les ha tocado vivir. A veces es infranqueable, pero no siempre tiene por qué cumplirse. Las estadísticas dicen que si eres pobre no sólo estás jodido tú, sino que tu prole se puede dar también por jodida y no tendrá ninguna oportunidad, lo que viene a significar que la única pobreza que existe es la material, cuando en realidad, son más perjudiciales las pobrezas de  mente y  de espíritu.

Yo no he vivido en una chabola, ni en una favela o en un barrio marginal; tampoco he atravesado el océano en una patera ni he tenido que huir de mi país por la guerra, pero eso no  significa que ni muchas personas que conozco, ni yo misma,  lo hayamos tenido fácil para salir adelante. Por mi parte, la mayoría de las veces, no he hecho nada más que seguir el ejemplo de personas admirables (a pesar de nuestras discrepancias) como mi madre.

El artículo de Elvira Lindo que mencioné al comienzo estaba lleno de perlas hilarantes, de bofetadas  sin mano dirigidas a todos los que han criticado su manera de escribir. La bien pagá contiene párrafos llenos de ironía y de frescura como el siguiente:

“(…) le pedí a Dios que me hiciera escritora de best-sellers (…) y le pedí que, por favor, no me costara trabajo escribir, que no quería ser como esos escritores de culto que se tiran un mes para escribir una frase. Y me lo concedió. Por eso me encargan que escriba todos los días de agosto. Y gano mucho dinero trabajando muy poco, que es lo que yo quería. No hay día que pase que no mire al cielo y diga: gracias Dios mío por este chollo que me has dado. Y el hombre agradece que en este mundo tan deshumanizado alguien se acuerde de él."

Lo cierto es que servidora  nunca ha pretendido ser una escritora de culto de esas que cuando terminas de leer una frase no tienes ni puta idea de lo que ha querido decir su autora. Yo quería algo más simple, menos complicado, por eso decidí que mi sueño no sería llegar a ser una escritora de premio Nobel de literatura, sino ser una escritora que tendría una columna semanal con un nombre chulo, en un periódico. Una sección donde yo escribiría como si nadie me fuera a leer. Ese fue el sueño que decidí  alimentar. Y, ya puestos, que me ocurriera lo que a la creadora de Manolito Gafotas: ganar mucho dinero haciendo lo que me gusta.

El caso es que la semana pasada asistí a la presentación de una revista semanal, durante la cual recibí un baño agridulce de realidad. Parece ser que todavía hay gente dispuesta a perseguir sus sueños. Además, parece ser, que la pobreza se hereda también en el periodismo.

Durante la presentación de la revista  estaba rodeada de periodistas y pensaba, que el hecho de que  yo no tenga el título de periodismo no me impedía asistir a un acto como colaboradora de un diario digital en el que tengo una columna semanal. Una columna que tiene un nombre chulo y donde escribo como si nadie me fuera a leer. Una columna no remunerada económicamente pero que simboliza que mi sueño se ha convertido en realidad. Aunque en lo concerniente a la pasta gansa creo que he llegado tarde. O demasiado pronto, según se mire.

Sigo convencida de que no hay peor pobreza que la pobreza mental; ese tipo de pobreza que nos hace conformarnos con lo que tienen planificado para nosotros desde que estamos en el vientre materno hasta  que nos convertimos en códigos de barras. Si la pobreza se hereda también se heredan los apellidos; el llamarse como el padre o la madre; se heredan la carga genética de los progenitores y también sus deudas cuando fallecen. Se heredan derechos y deberes que muchas veces convierten nuestra existencia en una verdadera cárcel.

¿Por qué no tener en cuenta que uno puede desear NO  heredar? ¿Por qué  no contemplar que a veces uno NO está conforme con su herencia y prefiere renunciar a ella y a todo lo que conlleva? ¿Por qué no intentarlo y NO conformarse con los datos de unas estadísticas que condenan al pobre a pobreza perpetua?

No rendirse sin haberlo intentado es el mantra que siempre he contemplado. Lo de bien pagá, o bien pagados, puede tener muchos matices. Aunque, por otro lado, ¿quién dice que los sueños no tienen segundas partes?
Ya puestos, también se lo pediré a Dios, al fin y al cabo el noventa por ciento del éxito se basa simplemente en insistir.

Volveré.


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domingo, 24 de marzo de 2024

EL POLVO SAHARIANO Y OTRAS CONSEJAS

 


Querido diario:

Hoy ha sido un día completito: por fin han pintado mi alcoba, ya parece otra cosa. Como desde que me mudé a mi nuevo hogar habito en una continua reforma por causas ajenas a mi voluntad, la pared que veo cuanto me meto en el lecho, después de tanto cambio de cuadros y armario, tenía tantas brechas como si se hubiera paseado delante de ella un mono borracho blandiendo un AK-47.

Le pedí a un amigo del gremio el contacto de un pintor bueno, me dio uno y lo llamé del tirón. No le interrogué demasiado porque su tono de voz me recordaba bastante a la de Harrison Ford y ya me hice yo una película viéndolo como el susodicho cuando se pone el mono de faena para hacer trabajos de carpintería.

La cosa prometía, hasta que me dijo que iba a venir con sus dos hijos “para que fueran aprendiendo”. Le dije que como mucho se trajera a uno, que aquí no había tanto quehacer, que mi pisín iba a parecer el camarote de los hermanos Marx con tanto gentío, y, con su voz de Harrison Ford, me dijo que bueno.

El caso es que quedó en llamarme el día antes del acordado para confirmar, y yo viendo que pasaba el día y que no se manifestaba contacté con él y me dijo que vendría a las 10 de la mañana. Le pregunté si no podía venir antes y por poco le da una subida de tensión, así que quedamos en que nos veríamos al día siguiente a las 10 a.m. pero, al día siguiente, me puso un guasap para decirme que llegarían a las 10:30 h. y cuando le respondí que esas no eran horas de empezar a trabajar se puso gallito y a punto estuvo de dejarme tirada como una colilla con todo el piso desmantelado, los muebles retirados y la balacera del mono con el AK-47 tapada con masilla por un amigo que me hizo el favor de taparla el día antes para aligerar el trabajo de los pintores.

En este punto, la voz de Harrison Ford se había esfumado de mi cerebro por completo. Primero le respondí con un guasap pero acto seguido le llamé para decirle que se relajara y que cuando llegara a la puerta del parking me llamara para abrirle para que aparcase en mi aparcamiento y no tuviera que dejarlo fuera de la urbanización, no fuera a herniarse.

Cuando salí a la terraza a abrirle el gachó venía en un Audi niquelao. Le abrí y pensé que la próxima vez que me haga un Tinder no quiero un licenciado ni un graduado ni ostias, me pido un pintor. Ciento cincuenta euros por menos de cuatro horas de trabajo me ha soplado el Harrison Fó imaginario que en verdad era el de Pepe gotera y Otilio, reformas a domicilio.

Le diré a todos mis conocidos y amigos que si necesitan un pintor que no llamen a este. No recuerdo su nombre, pero como datos relevantes están el de la voz y el de la barriga cervecera que acompaña a una buena pringá de berza o de puchero. Ahí lo dejo.

Cuando acabó salió pitando con el hijo y ni siquiera me ayudaron a meter todas las cosas que yo había puesto en el balcón para despejarles la zona de trabajo, así que cuando se fueron me arremangué y me pegué la paliza padre para adecentar el desorden. Lo peor era el fuerte olor a pintura; para que se fuera tuve día y noche las ventanas abiertas y también se me ocurrió poner los ventiladores del techo a toda máquina, pero, lo que es la vida, cuando me he venido a dar cuenta el polvo sahariano que mentaban los informativos se ha colado por mi terraza y ha campado a sus anchas bien esparcido por los ventiladores. Ya podía haber entrado otra clase de polvo, uno del Harrison Ford, por ejemplo...

En fin, paciencia, todo llegará.

Volveré.

 

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