Cuando
supe que Pablo Ráez se ha marchado, no pude evitar llorar y al mismo tiempo
sonreír.
Hace
un año y medio escribí un artículo acerca de lo temerario que puede ser
confundir la actitud valiente de un enfermo de cáncer, o de lo que sea, con la
de colgarle el sambenito de guerrero, luchador o peleón. No se trata de cuánto
o cómo se lucha, sino de la actitud que adoptas ante lo que te toca afrontar.
Eso es lo que nos hace realmente genuinos.
Pablo
Ráez no es el símbolo de una lucha sino de una actitud ante la vida. Su vida en
este mundo tenía fecha de caducidad el pasado 25 de febrero. Con su actitud
positiva y su constancia llegó a disparar la donación de médula en un 1000%
. Siempre le he considerado un valiente
por su actitud ante la vida, no un guerrero o un luchador. No tiene nada que
ver: los mayores cobardes que conozco se ocultan bajo deslumbrantes armaduras.
14 de Septiembre 2015
Ryszard Kapuscinski (periodista,
historiador, escritor, ensayista y poeta) escribió:
Confucio ha dicho que como mejor se conoce
el mundo es sin salir de casa. Y no le falta razón. No es imprescindible
desplazarse en el espacio; también se puede viajar hasta el fondo del alma.
Una amiga me dijo que cuando cumples los
50 te sale una especie de tobogán desde la cabeza La lista de mujeres que hemos
sobrevivido, entre otras cosas, a tener como pareja al mismísimo primo hermano
de Norman Bates, se podría dilatar con muchos nombres más. El precio que
hemos tenido que pagar por nuestra libertad y supervivencia ha sido la envidia,
la incomprensión y, en muchos casos, la enfermedad.
Cada segundo de cada mes que estuve
lidiando con el cáncer tuve claro que la sanación no sería posible solamente
con la medicina tradicional. Abracé la
dieta alcalina; trataba de sanar la mente, de encontrar la paz espiritual y
también, sacar fuera de mí cualquier pensamiento o situación que pudiera hacer
daño a mi estado emocional. Esto último fue lo que más me costó; por todo un
poco. Hasta que un día leo un artículo
en un periódico y decido ponerme el mundo por montera y escribir mi verdad.
Ryszard Kapuscinski se percató hace años
de que cuando se descubrió
que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.
El artículo, que leo en un periódico
digital, retrata a la perfección esa idea. El titular dice lo siguiente:
“Como superar un cáncer de mama y escalar el Kilimanjaro”
Con dos cojones – me digo - . El artículo
está adornado con fotos de algunas de sus protagonistas posando durante la
hazaña de subir la montaña africana, acompañadas de un guía, varios sherpas
experimentados en el terreno y un fisioterapeuta. Además,
el artículo incluye declaraciones de sus protagonistas, tipo:
“El viaje merecerá la pena si hay una persona que nos ve y
piensa: Yo también puedo”.
“La decisión no resulta fácil, pero conté con el apoyo de mi
marido, mi familia y del equipo médico, aunque fui víctima de alguna
incomprensión”
No quiero creer que quienes forman parte
del Negocio - con mayúscula - que han montado para glorificar a cinco mujeres
que han superado un cáncer, sean
conscientes de los daños colaterales que pueden acarrear a miles de personas
que han luchado, están luchando o vivirán en el futuro la experiencia de
padecerlo; más que nada, porque vivimos en una sociedad manipulada por los medios de comunicación que,
inmediatamente, convierte en un dogma todo lo que lee en un periódico, escucha
en la radio y al vecino de enfrente, aunque no se molesten en contrastarlo, o no
tengan ni idea de qué va la película.
He procurado tratar este tema con mucha
delicadeza, en cierto modo, para evitar que algunas personas se sintieran
aludidas: en absoluto es esa mi intención. Pero resulta que en poco más de dos
semanas cumpliré 50 años, contra todo pronóstico, y creo que el mejor regalo
que puedo hacerme no es otro que contar lo que pienso y lo que siento.
Parece que, de la misma manera que hemos
olvidado que cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible, lo hacemos
también con sus circunstancias. La ignorancia lleva a exigir a alguien que padece
cáncer a que se comporte y reaccione como si tuviera la misma patología de otra
persona que no tiene absolutamente nada que ver con la suya. Muchos culpan
a quienes enferman por tener una u otra manera de ser; a veces el cáncer
es el resultado de situaciones indeseadas y mal gestionadas, pero no por ello
mereces que te ocurra algo así. A veces, es solo cuestión de suerte que las
circunstancias que te rodean se vuelvan todavía mejores o peores; como ocurre a
millones de seres humanos que padecen enfermedades, guerras o, simplemente,
repulsa social por pertenecer a un determinado país, etnia o religión.
Yo tuve la mala suerte (o la buena, según
se mire) de no recibir la ayuda necesaria que se espera en estos casos por
parte de la familia. En cambio, sí recibí críticas, e incluso, algunos se
atrevieron a reprocharme mi “debilidad”. Alguien de mi familia llegó a decirme
en toda mi cara y en toda mi calva que “exageraba”.
En junio de 2013 me diagnosticaron un
Linfoma No Hodking pulmonar de células grandes, agresivo. En mi pulmón derecho una
“masa” de nueve centímetros y otras de menor tamaño, a modo de satélites,
hacían que solo hablar me costara el mismo esfuerzo que escalar una montaña en
vertical. También tenía afectados el bazo, la pleura y el hígado, donde había
comenzado la metástasis. Estaba en Estadio IV y tenía todas las papeletas para
irme a criar malvas.
Afronté sola con mis médicos la información que ellos tenían a bien
facilitarme. También tuve que pasar muchos días y muchas noches sola en casa y
en el hospital, cuando apenas podía levantarme de la cama para ir al baño,
alimentarme, o tomar mis medicinas. Tenía que estar
alerta para tomar e inyectarme yo misma la medicación que me prescribían,
además de todas las quimioterapias y tratamientos venenosos que me dejaban
absolutamente hecha mierda. A pesar de ello, inconscientemente, y para
ganar la aprobación de “los míos” realicé un esfuerzo sobre humano para
sobrevivir a lo que mis médicos consideran un milagro. Me imponía retos cada vez más complicados, como cuando, todavía
convaleciente, casi sin poder sostenerme de pie, recorrí más de 800 km en
coche, sola, para pasar una semana en un lugar donde “recuperarme” un poco.
Regresé a casa hecha papilla y tardé varias semanas en poder salir de
nuevo a la calle. Casi mando al traste todo lo que había conseguido. Intenté
demostrar lo fuerte y luchadora que era cuando, en realidad, no tenía que
demostrar nada a nadie
La mejor forma de conocer el mundo es
hacer amistad con el mundo. Existe una conexión entre nuestro destino personal
y la presencia de miles de personas y cosas de cuya existencia no sabíamos o no
sabemos nada y que pueden influir, de hecho influyen, del modo más asombroso,
en nuestra vida y su desarrollo, de tal forma que, al menos por nuestro propio
interés deberíamos esforzarnos en conocer no sólo lo que está aquí sino también
lo que está allá, en algún lugar a gran distancia en nuestro planeta.
De nuevo, Kapuscinski.
Mi buena suerte ha sido contar con
personas, sobre todo, amigas y amigos, que se preocuparon todo el tiempo y se
ocuparon cuando buenamente pudieron, pero, sobre todo, personas que no se dejaron llevar por la falsa
realidad que ofrecen la mayoría de los medios de comunicación y los ignorantes
que se afanan en difundirla e interpretarla a su antojo.
Ojalá llegue el día en que contemplemos
historias de personas anónimas que han hecho y hacen lo humanamente posible e
imposible para continuar con sus vidas. Historias de personas que han logrado
proezas mucho mayores en su día a día que escalar el Kilimanjaro con un
séquito, para demostrarle al mundo lo fuertes que son. Se trata de no confundir al mundo con la idea falsa de que quien
no gana la batalla al cáncer es porque no se ha esforzado lo suficiente, y que
no es digno de ser tenido en cuenta. En mi opinión, todas y cada una de las personas
que he visto afectadas por el cáncer son héroes. No sólo por la dureza de la experiencia,
sino porque muchos se sienten culpables por traerla a su familia; como si no
tuvieran ya bastante con lo que tienen encima.
Ojalá que tomemos consciencia de que el
mayor logro que puede alcanzar cualquier persona afectada por el cáncer, es el
de dar las gracias cada noche por el día que nos ha sido regalado; dar gracias por
empezar un nuevo día, cada mañana, agradeciendo la oportunidad de vivir una
nueva aventura, en esto que llamamos vida.
Estoy feliz por poder escribir todo esto, por haber llegado hasta aquí. Con un tobogán que sale desde mi cabeza y llega hasta mis pies. Un tobogán por donde resbala toda la mierda que han intentado o intentan arrojarme. Siento que he renacido y que mi oruga se transformó en mariposa. Siento que, al menos yo, no sólo pasé el examen sino que he aprobado con sobresaliente, porque he comprendido que no tengo que demostrar nada a nadie, que no debe afectarme la ignorancia o falta de humanidad de los demás, y sobre todo, que el mayor logro, el mejor regalo que puedo tener después de pasar por todo lo que he pasado, es poder vivir para contarlo. Ahora sí, con la serenidad, la felicidad y la sabiduría que te procura la experiencia.
A
Pablo. Buen viaje.
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