Querido diario:
Sucedió hace un lustro. Llegué allí en un barquito; ningún tipo de infraestructuras, salvo las pasarelas que permiten subir o bajar de las embarcaciones.
La paz del lugar, la indescriptible belleza del paisaje y la sensación de estar
en un lugar remoto e inaccesible la convertían en un pequeño paraíso del Mar
Jónico.
En una solitaria cala con
acantilados de vértigo, aguas cristalinas y una luz que parecía sacada de otro
planeta, resaltaba como un elefante dentro de una cacharrería un gigantesco barco
encallado en medio de la pequeña playa. Llevaba allí más de 30 años dominando la
bahía, y según contaban era un barco
utilizado para transportar desde Turquía whisky y tabaco de contrabando, hasta
que un temporal provocó que volcara y que sus pasajeros escaparan y
desaparecieran antes de que llegara la guardia costera. Esa era la versión oficial además de otras muchas
leyendas fascinantes que trataban de hacer aún más atractivo un lugar que no
necesitaba ni un pellizco de maquillaje para ganar cualquier concurso de belleza.
La isla de Zakynthos sufrió
cuatro terremotos seguidos en 1953 y la mayoría de sus habitantes decidió emigrar hacia lugares más seguros, no
quedando allí ni el gato. Hasta que aparecieron el barco y su leyenda.
Los periódicos de todo el mundo
destaparon una cala de ensueño con el esqueleto oxidado de un barco encallado
en sus arenas blancas. Desde entonces la población de la isla se ha duplicado y
lo que antes era un lugar perdido en el mapa se ha convertido en un gran
destino turístico, a pesar de que la actividad sísmica no se haya extinguido.
Parece que necesitamos mitificar o cosificar lugares, situaciones y personas para que
despierten nuestro interés, sin cuestionarnos si son o no una falacia.
Qué más da, lo importante es creer en algo aunque sea mentira para así acallar
nuestros miedos.
Algunos ponen barcos encallados
en las playas de sus vidas para que éstas tengan algún interés. En realidad son
náufragos. Se inventan cuentos, hacen acopio de conocimientos sobre materias,
personas o lugares que conocen a través de los libros y de las historias que
les han contado aunque nadie pueda garantizar que no sean más que una pura
invención. Algunos se pasan la vida acumulando sapiencias, cuando a veces basta sólo con mirar y dejarse llevar
por los sentidos para alcanzar la verdadera sabiduría, la que viene del
interior y que sólo puede uno aprender por sí mismo.
Eso cavilaba, tumbada bajo los
rayos de sol, frente a las aguas turquesas en aquel rincón del paraíso. De cuando en cuando, con
el rabillo del ojo miraba a los que se fotografiaban posando junto al armatoste
oxidado, que con toda probabilidad, fue colocado ahí para obtener algún tipo de
beneficio. Eso era lo que pensaba mientras miraba de reojo y sonreía burlona para
mis adentros. Eso, y también que el mundo está lleno de playas, de barcos, y
sobre todo, de náufragos.
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