domingo, 17 de febrero de 2019

LICENCIA PARA MORIR




No estamos preparados para lo desconocido. Hasta la agonía más evidente tiene cabida en nuestra zona de confort. Nacemos y nos imponen una religión que no hemos elegido, un nombre que puede que no nos represente. Luego nos educan mediante un sistema que fomenta y  premia la acumulación de conocimientos; un sistema que descarta métodos que hagan pensar al individuo para que tome sus propias decisiones y sea capaz de elegir. Nos enseñan a que en la obediencia reside el ser bueno. Ser el mejor de la clase es el orgullo de cualquier padre. Parece que la vara de medir nuestro éxito personal reside en el que han cosechado nuestros hijos. La tecnología mal utilizada es la gota que ha colmado el vaso de este sinsentido en que se está convirtiendo la vida. Nos han preparado para hacer la primera comunión, para casarnos, tener hijos, bautizarlos, invertir nuestro tiempo y dinero en que sean los mejores... Vivimos en un estado de competitividad permanente. Hasta el infinito y más allá. Pero no nos han educado para vivir un modelo de vida que nos prepare para morir.


Cuando tenía once años vi morir a mi padre a chorros. Aunque rezaba cada día para que viviera al dios que me habían asignado, llegó un momento en que, a pesar de mi corta edad y de la adoración que sentía por mi padre, le pedí a ese dios que se lo llevara. Nadie me lo había enseñado, pero yo escogí creer que no hemos venido a este mundo para sufrir gratuita e innecesariamente. También perdí a mi madre hace quince años. Se fue con Matrícula de Honor en su cuota de sufrimiento. En esta sociedad atontizada por lo que nos han enseñado e impuesto, parece ser que cuanto más sufres, más puntos ganas para obtener el título de "Mejor madre."

Sé algo en cuanto a experiencia vital se refiere y he llegado a la conclusión de lo equivocada que he estado durante todos estos años. Hasta que he comenzado a comprender y, sobre todo, a preferir.
Vivimos en una sociedad en la que los que mandan se jactan de que la esperanza de vida ha aumentado no sé cuántos años de un tiempo a esta parte. Lo que no dicen es que la calidad de esa esperanza de vida es, en muchos casos, un tormento para los que están al cuidado de unos padres dependientes, durante muchos años, de los cuidados de unos hijos angustiados porque no saben si están haciendo lo suficiente, lo correcto, o si son lo buenos hijos que se espera de ellos. A veces sienten culpa por permitirse pensar que eso no es vida y que nadie merece sufrir de esa manera. Y lo hacen calladamente. Una sociedad enferma que nos ha enseñado e impuesto todo lo que le hemos permitido. Una sociedad que no nos ha enseñado que morir forma parte de la vida, y que nadie se va a llevar las dos orejas y el rabo, ni tampoco va a salir por la puerta grande por haber sufrido más.

En estos momentos, no una, ni dos, ni tres, muchas amigas, se encuentran en la tesitura que yo viví hace años. Tienen a sus madres o a sus padres enfermos. Algunos, dependientes, desde hace casi una década. Alguna se puede permitir ayuda externa. Otras han tenido que adaptar sus trabajos, sus horarios, su todo, para poder asistir, en la medida de sus posibilidades, y más allá, a esos padres que forman parte de las estadísticas del aumento de "la esperanza de vida". Desesperanza de vida, lo llamo yo.
Nacemos y nos “preparan” para casi todo menos para morir. Aunque sea a costa de ver consumirse y vegetar el cuerpo que te dio la vida. “Por lo menos está aquí”, he escuchado decir alguna vez. Como si tuvieran la certeza de que lo hay después de la vida es un infierno mucho peor del que están viviendo ahora. 
El aumento de “la esperanza de vida” es un engaño, amén de un lucrativo negocio. Se nos ha enseñado a acumular de todo, pero no a soltar. Morir también es soltar. No pasa nada por desear que se acabe el sufrimiento de nuestros seres queridos. Todos tenemos un ciclo vital que se agota con los años. Ojalá no viviéramos en una sociedad tan profundamente enferma que otorga licencias para vivir a costa del sufrimiento propio y ajeno, abanderando una caridad que en realidad forma parte de un gigantesco negocio. Una sociedad en la que no está bien visto pensar que, de la misma forma que nacemos, morimos, y que tener licencia para morir no solo es lícito, sino necesario para marcharnos con lo único que podemos llevarnos  puesto: nuestra dignidad.
 Cuánto miedo e ignorancia nos han inoculado hacia lo desconocido y cuánto nos queda por desaprender...


"Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte." (Blaise Pascal)