Querido diario:
Que Lo poco espanta y lo mucho amansa era uno de los mantras con los que mi madre solía apuntalar oportunamente cualquier conversación. Aquí servidora, curtida como un jamón de Cinco Jotas a base de caerme y levantarme, he tomado buena nota de esos mantras porque son pura sabiduría, de ese tipo de sabiduría que grita todos los días en las calles y nadie hace caso.
Últimamente veo mucha flor de
invernadero, a muchos y muchas que se ahogan en un vaso con agua. Últimamente veo mucha
desconexión de la realidad, mucho postureo, muy poco criterio. Estoy muy cansada y tengo el firme propósito de no malgastar ni un solo gramo de mi escasa energía, ni un nanosegundo en el metaverso en escuchar a quien hace un drama de cualquier eventualidad. Que no digo yo
que no se cague una en todo en un momento dado y que se puede llegar al
hartazgo por los obstáculos que se nos pone por delante para tal efecto, pero se
trata de que el pataleo dure lo justo y sirva para reflexionar. Se trata de
tomar impulso, no de saltar de un drama a otro cuando éste ni siquiera alcanza la
categoría de drama.
Después de todo y echando un
vistazo a todas las calamidades que se han sucedido a través de la Historia tiene uno que sentirse afortunado con la época que le ha tocado vivir, donde
uno puede elegir, o eso dicen, y también, una época en la que hay que matizarlo
absolutamente todo para no mosquear a colectivos, ideologías, patologías, y
donde eufemismos tipo poner límites
se han sustituido por el ¡váyase usted al
carajo! de toda la vida de dios. Esa época.
Ese era el mensaje que trataba de enviar esta mañana a alguien que quiero mucho, acomodado en conductas aprendidas que no quiere desaprender por pura flojera emocional y por miedo, pero no sabía cómo decírselo. Y entonces, ¡magia!, en una red social alguien deja en su muro este mini cuento de Gabriel García Márquez sobre los dramas y los desencantos que borda el pensamiento que quiero expresar.
Dice así:
FIN