lunes, 14 de septiembre de 2015

VIVIR PARA CONTARLO


Cuando supe que Pablo Ráez se ha marchado, no pude evitar llorar y al mismo tiempo sonreír.
Hace un año y medio escribí un artículo acerca de lo temerario que puede ser confundir la actitud valiente de un enfermo de cáncer, o de lo que sea, con la de colgarle el sambenito de guerrero, luchador o peleón. No se trata de cuánto o cómo se lucha, sino de la actitud que adoptas ante lo que te toca afrontar. Eso es lo que nos hace realmente genuinos.
Pablo Ráez no es el símbolo de una lucha sino de una actitud ante la vida. Su vida en este mundo tenía fecha de caducidad el pasado 25 de febrero. Con su actitud positiva y su constancia llegó a disparar la donación de médula en un 1000% .  Siempre le he considerado un valiente por su actitud ante la vida, no un guerrero o un luchador. No tiene nada que ver: los mayores cobardes que conozco se ocultan bajo deslumbrantes armaduras.






14 de Septiembre 2015

Ryszard Kapuscinski (periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta) escribió:

Confucio ha dicho que como mejor se conoce el mundo es sin salir de casa. Y no le falta razón. No es imprescindible desplazarse en el espacio; también se puede viajar hasta el fondo del alma.

Una amiga me dijo que cuando cumples los 50 te sale una especie de tobogán desde la cabeza  La lista de mujeres que hemos sobrevivido, entre otras cosas, a tener como pareja al mismísimo primo hermano de Norman Bates, se podría dilatar con muchos nombres más. El precio que hemos tenido que pagar por nuestra libertad y supervivencia ha sido la envidia, la incomprensión y, en muchos casos, la enfermedad.
Cada segundo de cada mes que estuve lidiando con el cáncer tuve claro que la sanación no sería posible solamente con la medicina tradicional.  Abracé la dieta alcalina; trataba de sanar la mente, de encontrar la paz espiritual y también, sacar fuera de mí cualquier pensamiento o situación que pudiera hacer daño a mi estado emocional. Esto último fue lo que más me costó; por todo un poco. Hasta que un día leo  un artículo en un periódico y decido ponerme el mundo por montera y escribir mi verdad.

Ryszard Kapuscinski se percató hace años de que cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.
El artículo, que leo en un periódico digital, retrata a la perfección esa idea. El titular dice lo siguiente:

Como superar un cáncer de mama y escalar el Kilimanjaro”

Con dos cojones – me digo - . El artículo está adornado con fotos de algunas de sus protagonistas posando durante la hazaña de subir la montaña africana, acompañadas de un guía, varios sherpas experimentados en el terreno y un fisioterapeuta. Además, el artículo incluye declaraciones de sus protagonistas, tipo:

El viaje merecerá la pena si hay una persona que nos ve y piensa: Yo también puedo”.

La decisión no resulta fácil, pero conté con el apoyo de mi marido, mi familia y del equipo médico, aunque fui víctima de alguna incomprensión”

No quiero creer que quienes forman parte del Negocio - con mayúscula - que han montado para glorificar a cinco mujeres que han superado un cáncer,  sean conscientes de los daños colaterales que pueden acarrear a miles de personas que han luchado, están luchando o vivirán en el futuro la experiencia de padecerlo; más que nada, porque vivimos en una sociedad  manipulada por los medios de comunicación que, inmediatamente, convierte en un dogma todo lo que lee en un periódico, escucha en la radio y al vecino de enfrente, aunque no se molesten en contrastarlo, o no tengan ni idea de qué va la película.
He procurado tratar este tema con mucha delicadeza, en cierto modo, para evitar que algunas personas se sintieran aludidas: en absoluto es esa mi intención. Pero resulta que en poco más de dos semanas cumpliré 50 años, contra todo pronóstico, y creo que el mejor regalo que puedo hacerme no es otro que contar lo que pienso y lo que siento.
Parece que, de la misma manera que hemos olvidado que cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible, lo hacemos también con sus circunstancias. La ignorancia lleva a exigir a alguien que padece cáncer a que se comporte y reaccione como si tuviera la misma patología de otra persona que no tiene absolutamente nada que ver con la suya. Muchos culpan a quienes enferman por tener una u otra manera de ser; a veces el cáncer es el resultado de situaciones indeseadas y mal gestionadas, pero no por ello mereces que te ocurra algo así. A veces, es solo cuestión de suerte que las circunstancias que te rodean se vuelvan todavía mejores o peores; como ocurre a millones de seres humanos que padecen enfermedades, guerras o, simplemente, repulsa social por pertenecer a un determinado país, etnia o religión.
Yo tuve la mala suerte (o la buena, según se mire) de no recibir la ayuda necesaria que se espera en estos casos por parte de la familia. En cambio, sí recibí críticas, e incluso, algunos se atrevieron a reprocharme mi “debilidad”. Alguien de mi familia llegó a decirme en toda mi cara y en toda mi calva que “exageraba”.
En junio de 2013 me diagnosticaron un Linfoma No Hodking pulmonar de células grandes, agresivo. En mi pulmón derecho una “masa” de nueve centímetros y otras de menor tamaño, a modo de satélites, hacían que solo hablar me costara el mismo esfuerzo que escalar una montaña en vertical. También tenía afectados el bazo, la pleura y el hígado, donde había comenzado la metástasis. Estaba en Estadio IV y tenía todas las papeletas para irme a criar malvas.
Afronté sola con mis médicos la información que ellos tenían a bien facilitarme. También tuve que pasar muchos días y muchas noches sola en casa y en el hospital, cuando apenas podía levantarme de la cama para ir al baño, alimentarme, o tomar mis medicinas. Tenía que estar alerta para tomar e inyectarme yo misma la medicación que me prescribían, además de todas las quimioterapias y tratamientos venenosos que me dejaban absolutamente hecha mierda. A pesar de ello, inconscientemente, y para ganar la aprobación de “los míos” realicé un esfuerzo sobre humano para sobrevivir a lo que mis médicos consideran un milagro. Me imponía retos cada vez más complicados, como cuando, todavía convaleciente, casi sin poder sostenerme de pie, recorrí más de 800 km en coche, sola, para pasar una semana en un lugar donde “recuperarme” un poco. Regresé a casa hecha papilla y tardé varias semanas en poder  salir de nuevo a la calle. Casi mando al traste todo lo que había conseguido. Intenté demostrar lo fuerte y luchadora que era cuando, en realidad, no tenía que demostrar nada a nadie

La mejor forma de conocer el mundo es hacer amistad con el mundo. Existe una conexión entre nuestro destino personal y la presencia de miles de personas y cosas de cuya existencia no sabíamos o no sabemos nada y que pueden influir, de hecho influyen, del modo más asombroso, en nuestra vida y su desarrollo, de tal forma que, al menos por nuestro propio interés deberíamos esforzarnos en conocer no sólo lo que está aquí sino también lo que está allá, en algún lugar a gran distancia en nuestro planeta.

De nuevo, Kapuscinski.

Mi buena suerte ha sido contar con personas, sobre todo, amigas y amigos, que se preocuparon todo el tiempo y se ocuparon cuando buenamente pudieron, pero, sobre todo,  personas que no se dejaron llevar por la falsa realidad que ofrecen la mayoría de los medios de comunicación y los ignorantes que se afanan en difundirla e interpretarla a su antojo. 
Ojalá llegue el día en que contemplemos historias de personas anónimas que han hecho y hacen lo humanamente posible e imposible para continuar con sus vidas. Historias de personas que han logrado proezas mucho mayores en su día a día que escalar el Kilimanjaro con un séquito,  para demostrarle al mundo lo fuertes que son. Se trata de no confundir al mundo con la idea falsa de que quien no gana la batalla al cáncer es porque no se ha esforzado lo suficiente, y que no es digno de ser tenido en cuenta. En mi opinión, todas y cada una de las personas que he visto afectadas por el cáncer son héroes. No sólo por la dureza de la experiencia, sino porque muchos se sienten culpables por traerla a su familia; como si no tuvieran ya bastante con lo que tienen encima.
Ojalá que tomemos consciencia de que el mayor logro que puede alcanzar cualquier persona afectada por el cáncer, es el de dar las gracias cada noche por el día que nos ha sido regalado; dar gracias por empezar un nuevo día, cada mañana, agradeciendo la oportunidad de vivir una nueva aventura, en esto que llamamos vida.

Estoy feliz por poder escribir todo esto, por haber llegado hasta aquí. Con un tobogán que sale desde mi cabeza y llega hasta mis pies. Un tobogán por donde resbala toda la mierda que han intentado o intentan arrojarme. Siento que he renacido y que mi oruga se transformó en mariposa. Siento que, al menos yo, no sólo pasé el examen sino que he aprobado con sobresaliente, porque he comprendido que no tengo que demostrar nada a nadie, que no debe afectarme la ignorancia o falta de humanidad de los demás, y sobre todo, que el mayor logro, el mejor regalo que puedo tener después de pasar por todo lo que he pasado, es poder vivir para contarlo. Ahora sí, con la serenidad, la felicidad y la sabiduría que te procura la experiencia.


A Pablo. Buen viaje.