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Esta entrada la escribí en noviembre de 2022, pero la dejé en borrador. Ahora me siento con fuerzas como para verla publicada. Nunca es tarde...
Querido diario:
“No constaban denuncias previas” o “La víctima no había denunciado con anterioridad” son algunos de los titulares que encabezan las noticias cuando en los medios de comunicación se aborda que alguien, normalmente una mujer, ha sido eliminada del planeta por alguien que se corresponde a lo que habitualmente se conoce como una pareja en cualquiera de sus acepciones.
Matar
a una persona, a una mujer, antes, durante o después de una relación
consolidada con los años en raras ocasiones es fruto del impulso de alguien que
decide acabar con su existencia. Ni tampoco es un acto, a simple vista, con un solo
culpable: la mayoría de las veces el entorno de la víctima participa consciente
o inconscientemente, detrás de una ignorancia autoimpuesta, en su exterminio.
Te
estarás preguntando, querido diario, qué tiene que ver todo esto con el título de
esta entrada. Bueno, hace unos días leí una frase en alguna parte que decía:
No cuentes demasiadas cosas de ti a la gente,
con que sepan que te gustan el jamón y las gambas ya van bien…
Me
hizo gracia, porque eso es exactamente lo que vengo haciendo de unos meses a
esta parte… Solo unas cuantas personas saben que estoy siendo tratada de una
depresión. De unos años hasta ahora me he dedicado a regar mis plantas con las
gotas de los vasos que iba colmando. El problema es que ya no tengo plantas, me
supone mucho esfuerzo cuidarlas y esta vez la gota que ha colmado el vaso se ha
convertido en depresión.
Desde hace cinco meses y medio me separan físicamente 1000 kilómetros de mi amado perro. Ahora vive en el campo y puede liberar toda la energía acumulada que a mí me falta. Tiene otros amigos perrunos, gatunos, un marco incomparable de naturaleza y una persona que lo quiere y lo cuida como yo misma. Hacemos video llamadas que procuro espaciar cada vez más porque cuando cuelgo el teléfono me quedo hecha trizas. Sé que está bien: bien cuidado y bien amado, pero siete años de amor, de compañía, no se borran de la noche a la mañana.
Me ha sido imposible escribir algo relativo a este tema; ni siquiera he podido mirar fotos de mi perro por el dolor que me producía, pero hace unos días se activó un click en mi cerebro que me ha empujado a no corromper la verdad con el silencio. El click lo activó lo siguiente:
Nunca… la pena guardadita en casa. Solo deberíamos compartir alegrías, risas, cosas positivas…
Así jaleaba una persona un texto escrito por alguien que tiene miles de seguidores en sus redes sociales y no tiene ningún tipo de pudor en denostar a quienes considera “se mueven por la pena”. Y ahí, en el mismo saco, quien lee el texto mete la pena, la tristeza, la situación que puede atravesar cualquier persona en silencio, el dolor, la depresión; porque como digo siempre, de la vida de uno qué sabe nadie…
Cuánto
daño puede llegar a hacer en estos tiempos violentos la exaltación continua de
la felicidad y de apartar al que se considera que "se
mueve por la pena" (en cualquiera de sus versiones), que hay que
desterrarlo de la sociedad que solo quiere implicarse en cosas alegres aunque
en muchos casos no sean sino una falacia.
Las
personas que escribimos tenemos una responsabilidad comunicadora y por qué no,
afectiva. Hoy en día casi todo el mundo puede leer, pero no todo el mundo sabe leer; mucha gente no filtra lo que está
leyendo y se lo traga con un embudo en su afán de pertenecer a una determinada
tribu apartando de un manotazo todo lo que no tenga la versión feliz aceptada y acreditada por la sociedad "correcta".
“No constaban denuncias previas” o “La víctima no había denunciado con anterioridad” son, como en el Derecho Consuetudinario (conjunto de costumbres, prácticas y creencias aceptadas como normas obligatorias de la conducta de una comunidad), los epígrafes adoptados para legitimar la inocencia de la sociedad y culpar de alguna manera del crimen a la propia víctima: víctima de su verdugo, de la sociedad, del Sistema, de su entorno más cercano y sobre todo, de cobardes.
Por supuesto, no estoy generalizando, no
siempre es así. Hablo desde mi experiencia. No soy dios ni juez. Si lo fuera no
habría sentenciado que las mentiras vertidas en la demanda que
me interpuso el ser con el que estuve casada, para quitarme la pensión compensatoria que ambos consensuamos
cuando nos divorciamos, le dieran la razón. Mentiras como que me estaba
enriqueciendo a su costa por percibir yo una pensión de incapacidad absoluta de 637 euros que me adjudicó un Tribunal Médico por la ristra de enfermedades limitantes e incapacitantes que conforman mi historial médico.
Un juez sentenció que con esa cantidad yo podía vivir, pagar la hipoteca, gastos, todo. Un juez dictaminó que yo me estaba enriqueciendo de alguien que cuando me interpuso la demanda, después de más de un lustro del divorcio, él cobraba más de 5000 euros mensuales de salario.
Cuando
hace más de una década intenté denunciar un maltrato psicológico de manual nadie atendió mis llamadas de
auxilio. Tampoco cuando quise denunciar por lo que hoy se conoce como violencia vicaria ni cuando fui a
denunciar el maltrato perpetrado por mi propia hija a través de redes sociales
hacia mi persona del que fue testigo y cómplice el diario digital para el que
colaboraba con una columna de opinión. Ni, hasta ahora, el acoso telefónico del
que vengo siendo víctima desde hace años.
Cada vez que escucho “No constaban denuncias previas” o “La víctima no había denunciado con anterioridad”, por decirlo finamente, me cago en la mentira y en la cobardía de quienes aceptan esta versión dando por hecho que la víctima no habría tratado de denunciar quien sabe cuántas veces. Cuánto daño pueden llegar a hacer frases como: Nunca… la pena guardadita en casa. Solo deberíamos compartir alegrías, risas, cosas positivas..., que pueden leer miles de personas sin criterio y que alientan a permanecer en silencio a tantas otras por no molestar, por no ser excluidas y por no encajar en un molde social del que si te sales eres considerado chusma.
Afortunadamente para mí, para muchas mujeres que "no han denunciado", invisibles para todos y para todo, las cosas están empezando a cambiar.
Pues bueno, la pena, el problema, la situación, querido diario, de esta mujer, te la cuento hoy porque aunque he dejado de creer en el Sistema, en la justicia y en la sociedad, no he dejado de creer en mí. Y porque se lo debo a mi amado perro, del que después de siete años me he tenido que separar porque no tengo salud ni fondos para mantenerlo a mi lado. Porque soy vulnerable. Ser vulnerable no es vender pena, no es lo mismo que ser débil y cobarde. Es distinto. Soy vulnerable y tierna y al mismo tiempo una de las personas más fuertes y valientes que conozco.
Lo siento si te he fallado, gracias por todo lo que me has dado, por esta lección de vida, porque las cicatrices enseñan pero las caricias enseñan todavía más. Gracias por el Amor, Amor del bueno que me dejas. Perdóname si alguna vez no he estado a la altura. Te quiero, hoy, mañana. Te querré toda mi vida.
Adiós, perrito, adiós… Te deseo felicidad en tu nueva vida.