Nueve semanas y media no es sólo el título de una
película; también se ha convertido en el tiempo que dura mi
particular Gran Hermano. Sigo a dieta de informativos con
música espeluznante y de programas de radio envenenados que destilan
ideología política de uno u otro bando. Nunca me gustaron los
bandos. Detesto el fanatismo exacerbado, el insulto gratuito; sobre
todo, el gratuito. No creo en los extremos. Ni de un lado, ni de
otro. Estoy de acuerdo con que de vez en cuando se tienen que
poner límites, más que nada, para que la gente no confunda un
estado de bienestar con un Estado de barra libre.
Como Joaquín García, campeón - por el momento - en esta
última modalidad.
El acontecimiento del año ha sido (otra vez, por el
momento) la prisión cautelar que decretaron el juez Ismael Moreno y
la fiscala Carmen Monfort contra dos titiriteros - que ya conoce todo
el mundo mundial - por los supuestos delitos de enaltecimiento del
terrorismo e incitación al odio. Esto es como cuando uno piensa
que ya no se puede cagar más todavía, y lo siguiente que sucede
viene a ser peor que lo anterior.
La historia interminable no es sólo el título de
otra película. En España se ha convertido en la lista surrealista
de acontecimientos por los que los españoles venimos siendo famosos
desde que don Mariano y su troupe aterrizaron por el palacio de la
Moncloa. Expertos en marear la perdiz y en fabricar cortinas de humo
para distraer la atención hacia otro lado, se están encargando muy
bien de convertir la “marca España” en marca Acme.
Estafas Reales, asesinatos machistas, suicidios de
padres y madres de familias despojados de sus viviendas y de sus
vidas por quienes procuraban tarjetas black a sus directivos.
Comedores sociales de la vergüenza. Tiendas-buitre que compran oro,
plata - lo que sea - a quienes lo han perdido todo. Obispos que
acusan directamente a los niños abusados de provocar a sus
abusadores. Planes de estudios ideados por el gobierno para manejar a
su conveniencia lo que los niños deben “aprender”. Universidad
sólo para ricos. Recortes salvajes por todos lados. Ladrones de
guante blanco con leyes creadas para su conveniencia…Y suma y
sigue. Eso es lo que ven nuestros niños cada día. Por
todas partes. Sin contar con las películas, series y programas de
televisión que ni siquiera merecen ser mencionados. Yo diría que
todo eso sí que es, como poco, enaltecimiento del terrorismo e
incitación al odio.
Lo que me deja titiritando es el convencimiento de
que la gente se está acostumbrando y ve con normalidad lo que está
sucediendo. La mejor manera de evitar que un prisionero escape,
es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión, citaba
Fiódor Dostoyeski. Va a ser que sí.
Personalmente, estoy contenta porque mi criatura
vive un país extranjero donde sus habitantes no se quedan como
conejos deslumbrados por los faros de un coche mientras son
despojados de sus derechos y de su dignidad; donde la educación
no está en peligro de extinción, porque no interesa. Me alegro de
que no esté viviendo en España porque somos el hazmerreir del
mundo, con jueces que mandan a la cárcel a titiriteros. Con la que
está cayendo. Me alegro de que se haya marchado porque actualmente
decir que eres español es sinónimo de cachondeo, y porque España
se ha convertido en un país en el que, ahora más que nunca, es
evidente que no queda títere con cabeza.
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