Su ritual matutino
consiste en abrir los ojos, quedarse un rato mirando a ninguna parte,
hacer unas cuantas flexiones, bajar al parque, y purgarse. Le encanta
olisquear y comer un poco de hierba fresca untada por el rocío de la
mañana.
Cuando lo traje a casa yo
ya tenía hechos los deberes y me había devorado un par de libros
para preparar un poco el terreno, antes de comenzar a coexistir; lo
mismito que habíamos hecho muchos padres novatos de mi generación
antes de traer al mundo a nuestra criaturita: leer la revista “Ser
padres”, el libro “Duérmete niño”, la “Guía
para padres de jóvenes castores” y todo tipo de folletos
relacionados con una tarea como es la de cuidar y educar a alguien,
en la que estábamos tan verdes.
Yo tenía pensado
mandarlo a cursar estudios con el mejor adiestrador canino de mi
aldea, pero me desanimó la idea de tener un perro alienado, y
también los 850 euros de honorarios que cobraba el tipo por
convertir a mi mascota en algo muy parecido a un autómata. Además
al mes de vivir juntos comprendí que los libros han servido de muy
poco en ese terreno, que se puede educar en la medida de lo posible,
pero no se puede estudiar para ser madre, que los planes pre
establecidos para tal fin no dieron resultados deseables. Así que
con el perro he decidido que lo suyo es - aparte de enseñarle unas
normas mínimas de educación y respeto por cosas esenciales -
limitarme a observar y dejar que las cosas fluyan.
Tras abrazar esta
doctrina no me ha quedado más remedio que predicar con el ejemplo.
Han quedado muy atrás los haz lo que yo digo y no lo
que yo hago. He suprimido algunas cosas que formaban parte de
mi cotidianidad. Nada de informativos ni de la fauna que se pasea por
ellos. A excepción de alguna peli que despierte mi interés, el
televisor ha quedado prácticamente olvidado. No quiero que mi
compañero se contamine con toda la porquería que sale de un
artilugio que se ha convertido en un arma letal aceptada por la masa
como animal de compañía.
Nuestra convivencia es
como un toma y daca: yo aporto mis enseñanzas y él sus
preferencias. Como la de hacer sus pipsís y popós
justo en el centro de los pasos de cebra, o en la mitad de la
carretera cuando estamos cruzando. Que tiene sus riesgos, sí, pero
no tantos como hacerlo justo en la acera del bar Casa Lolo. Y mira
que tiro de la correa cuando le veo las intenciones, pero es una cosa
superior a él. Un día que pasábamos por allí el dueño vio como
Coni se ponía en cuclillas para hacer sus menesteres, y comenzó a
procurarnos al perro y a mí una serie de aspavientos para espantarlo
como si lo que tuviera delante de sus ojos fuera una abeja
africanizada y no un ejemplar de Jack Russell que apenas levanta 30
centímetros del suelo.
Estuve
pensando para buscar una solución… A los perros no les gusta hacer
sus cosas donde comen o pasan el rato, así que se me ocurrió que
sería una buena terapia desayunar un día en la exquisita terraza de
casa Lolo; de este modo mi perro identificaría el sitio como un
lugar de solaz en lugar de hacerlo como un retrete público, y de
paso me ahorraría alguna que otra mirada torva de aquellos que no
sienten mucha simpatía por el mundo de las mascotas, por muy
educadas que sean éstas o sus dueños.
El día escogido fue un
domingo a primera hora. El menú elegido, bombón americano y
churros, que una mala tarde la tiene cualquiera. Cuando el camarero
se acercó me percaté de que mi mesa era bastante inestable por los
pequeños socavones de la acera.
No sé si habrá
leche condensada para su café bombón – me lanzó, secamente,
y se marchó.
A los pocos minutos se
presentó con el café y con un bote de leche condensada ¡La
Lechera! … Sin duda, hay días en los que la fortuna está de
nuestro lado.
Parece que ha habido
suerte – respondí con una sonrisa.
No dijo nada y se quedó
allí, inmóvil como un poste de teléfono. Yo me debatía entre
procurar que el perro dejara de moverse y que el café no acabara
regado sobre la mesa, cada vez más inestable en medio de tanto
socavón. Estaba tratando de controlar la situación, y el camarero a
punto de echar raíces, cuando le invité a marcharse para poner
tranquilamente la leche en el café, pero respondió que no, que no
se marchaba de allí sin la leche condensada, y siguió esperando.
Cavilé que sólo tenían ese bote, pero aun así no me parecía un
motivo tan de peso como para su actitud tajante.
Me la tengo que
llevar, que si no, la roban – dijo al fin sin inmutarse ni
un pelo.
Casi me da una lipotimia.
Hay cosas que ni un perro debería escuchar, que no está una
criándolo con tanto esmero para que tenga que presenciar una escena
propia de un lugar, de un país, mediocre y cutre. En ese momento
eché de menos tener a mano un saco, una capucha, no sé, algo que
ponerle al perro en la cabeza para que se evadiera de lo que allí
estaba ocurriendo, pero estando en esas ensoñaciones, el señor que
ocupaba la mesa que tenía justo a mi izquierda produjo un
estruendoso sonido gutural, y acto seguido escupió en el suelo.
Sí, sin duda hay días
en los que te levantas con la fortuna de tu lado…
Entonces lo comprendí
todo. Coni no atiende a splash, ni a hazte el muerto, y
el sit sólo lo ejecuta si le muestras un trozo de salchicha.
Todo eso es cierto. Pero de lo que no hay el menor resquicio de duda
es de que su educación no le permite apoderarse de lo que no es
suyo, de culpar a los políticos de nuestra manera de actuar, de
nuestra falta de interés por ser mejores, de nuestra ignorancia auto
impuesta.
No sé… quiero que se
haga un perro de provecho, un perro de bien, pero resulta muy
complicado ante cosas que se escapan de mi control y que forman parte
intrínseca del comportamiento humano con el que muchos
tenemos que lidiar cada día.
Sí… he comprendido
que Coni no es un perro cualquiera, que forma parte de la excelencia,
y que aunque a veces sea testigo mudo de ambientes que se acercan más
al surrealismo de hace unas cuantas décadas, mi querido compañero
sabe identificar como nadie el lugar más idóneo para plantar un
pino. Como la acera del bar casa Lolo. Porque hay cosas que ni
siquiera un perro debería ver.
Amanda Flores
Amanda Flores
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar un comentario.