Es domingo y está amaneciendo. Llueve
copiosamente. Parece como si la lluvia fuera una señal para detener en seco la
fiesta. Una señal para limpiar la atmósfera y hacer borrón y cuenta nueva. A
veces las señales llegan de un modo casi imperceptible, aunque eso poco o nada
importa si no se está preparado para descifrarlas, o cuando el concepto que se
tiene de ”señal“ es el de prohibido
adelantar, aparcar, o circular a más de 80. Y aun así, ¿quién hace caso a las
señales?
La última vez que me vistieron de gitana
apenas tenía 10 años y mis progenitores aún vivían. No tengo ni idea de dónde
puede estar la foto que lo constata. No sé si es políticamente correcto
decirlo, pero me figuro a mis padres bastante decepcionados conmigo por
haberles salido rana y no haber continuado con una tradición por la que Jerez,
la tierra del vino – ese gran desconocido -
es célebre mundialmente.
Ya no hay fotos en papel; en la era de la
tecnología y de la desinformación instantánea nos basta un teléfono móvil para tomar fotos digitales o videos que retratan
con pelos y señales lo que está sucediendo. Y los colgamos automáticamente en
la red social de turno para mostrar al universo internauta, al mundo, lo
contentos, felices o pedos que estamos.
Lo
que cada uno ve en esas imágenes es asunto suyo, pero la mayoría gusta de interpretar un mundo de luz y color en
torno a esa felicidad postiza que se vende como el estado ideal para el cuerpo
y la mente.
El último documento digital que acredita
mi paso por la feria de Jerez data del pasado sábado durante el alumbrado de la
misma; aunque el resto de los días no hago acto de presencia por allí - por diversos motivos - , me gusta asistir cada
año al pistoletazo de salida del Show – nunca mejor dicho -. Adoro ese momento
en el que una explosión de luces y colores aparece en la negrura de la noche y
todos los allí presentes, al unísono, comenzamos a aplaudir. Es muy simbólico
para mí; en cierto modo me recuerda a las puestas de sol del Sajorami, donde gente
con una vibra mágica se desparrama
por la arena de la playa y espera sonriente a que el sol se oculte y romper en
aplausos, ante ese espectáculo de la naturaleza durante el que todos nos
sentimos uno.
A
excepción del “momento alumbrado” y “momento puesta de sol” me resulta bastante
complicado ubicar situaciones similares, de “todos a una”, entre una masa, que
no sólo va a su bola, sino que no tiene ni idea
de a dónde conduce esa especie de huida hacia ninguna parte que se ha
apoderado, ahora más que nunca, de eso que vino a llamarse “humanidad”.
No
sé si será políticamente correcto, pero es ahora, más que nunca, cuando siento
algo más que sonrojo por el espectáculo que ofrecemos ante el mundo y por el
que nos sentimos tan orgullosos (caballos, vino, trajes de gitana, poderío, diferencias de clases notorias, modelitos
imposibles, violencia en las calles del Real, explotación de quienes quieren sacar un dinero
extra trabajando en las casetas...). Un
derroche de fiesta y tronío inversamente
proporcional a las estadísticas que declaran a Jerez como la gran ciudad con
mayor tasa de paro de la zona EURO. Está claro que algo no cuadra.
Llama
la atención lo perfectamente sincronizados que estamos para pasarlo bien cuando se nos indica, ¿hasta ese
punto nos hemos vuelto obtusos que nos tienen que decir cómo y cuando podemos
divertirnos…? Incluso hay un día especial dedicado a las mujeres; parece como
si muchas de ellas, esclavas del machismo imperante, obtuvieran el pase pernocta del marido y de
la sociedad para tener barra libre y ser las reinas del baile por un día,
dentro, eso sí, de un recinto cerrado
donde puedan estar controladas. ¿Por qué el día “de las mujeres” y no el día de”
la exaltación al traje de flamenca”?, es un suponer. Se eliminaría cualquier
atisbo de machismo en una jornada de un miércoles que no ha logrado figurar en
el libro Guiness de los récords por el mayor número de mujeres vestidas con
traje de flamenca. Qué disgusto.
Apenas
ha pasado un lustro desde que se produjeron en nuestra ciudad huelgas salvajes
de todo tipo; de estar en el punto de mira de la prensa internacional, no sólo
por la corrupción y el disparate político por el que somos conocidos
mundialmente, sino por la docilidad con la que hemos suplantado nuestros
derechos - y también, por qué no, nuestros deberes - por el “dame pan y dime tonto”, o por el “dame
feria, fútbol, semana santa, lo que sea, y dime lo que quieras”. Eso deben de pensar
los que ven todo tipo de imágenes circulando por la Red, y también la prensa
nacional e internacional, a medida que van teniendo constancia del jolgorio
desbocado, en lo que se presume “la mejor feria de la Historia”.
Si
tenemos los ingredientes - flamenco, turismo,
vino, belleza e Historia -, me pregunto por qué el plato resultante es tan poco
apetecible, tan escaso. Me apena ver la decadencia del lugar que me ha visto
nacer, con cuyos ciudadanos profeso cada vez menos empatía.
Definitivamente,
no creo posible una remontada. No creo posible que esta involución dé paso a la
apertura mental necesaria para aplaudir, para estar todos a una, en otros
momentos que no sean los del alumbrado de la feria.
No
nos debería de coger desprevenidos si vienen vacas, todavía más flacas, y el
resto del mundo se dirige hacia nosotros con aquel refrán que me soltó una
amiga de “Graná”, con toda la gracia del
mundo:
“A quien tiene
cama y duerme en el suelo no hay que tenerle duelo”.
Ya
ha amanecido. Está diluviando y no tiene pinta de que vaya a parar... Quien
quiera verlo como una mala pasada de la climatología es libre de hacerlo. Yo me
quedo con que es una Señal para que esto pare ya en seco, aunque mucho me temo
que esto no lo para ya ni el diluvio universal. Y no se trata de que me guste o
no la feria, se trata de que – aunque me
tilden de políticamente incorrecta – a estas alturas de la película, no
tengo el chichi pa farolillos. Para
el resto, que siga la fiesta.
Amanda Flores
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