No era un espejismo, no caminaba
por el desierto, era real. Yo estaba parada en una de las aceras de la Avenida
del colesterol - qué arte más grande tenemos por aquí hasta para ponerle mote a
las avenidas - donde un alma cándida me iba a regalar una
caja con joyas orgánicas de su limonero.
No me interesaba ver el desfile
de moteros. A mí las motos me aturden mucho, la verdad, tanto como un niño
revolcándose por el suelo y llorando para que su madre le compre un Kínder
sorpresa. O como los empleados de todas las secciones del Mercadona berreando las ofertas del día como si se acabara el
mundo. No lo soporto, lo siento pero no soy de más carnes.
El fin de semana motero me da más por saco que
otra cosa, aunque entiendo que es una inyección económica para Jerez, la
comarca por excelencia de los tabancos, que para eso somos la Tierra del vino.
Jerez, bellísimo paraje hasta más no poder, donde verte venir un enjambre de
motos o cuatro caballos de frente es
algo familiar y cotidiano, sobre todo, los sábados que es cuando suelen
celebrarse las bodas en coche de caballos para mostrar al mundo el “somos
felices y comemos perdices” de los novios.
Eso fue justo lo que pensé entre el barullo de
tubos de escape cuando vi aparecer frente a mis ojos, como a 50 metros, los
pompones de color rosa palo que coronaban las cabezas de cuatro corceles engalanados
con todos sus avíos. Detrás de los caballos, sobre el pescante del carruaje,
dos señores con sendos pelucones Luis XV y levitas azules aterciopeladas con adornos dorados, te daban una ligera pista
sobre la sencillez, austeridad y buen
gusto de los contratantes de la parte contratada, no sé si me explico.
Eso fue también lo que pensé
justo antes de ver a los ocupantes de la calesa. En total eran seis personas:
cuatro niñas vestidas de domingo, una madre metida con calzador en un traje a
medida - dos tallas menos - y para terminar, una niña-princesa-árbol de navidad
como protagonista absoluta del cuadro. Cuando atiné a cerrar la boca, me
percaté de que era una niña de primera comunión acompañada por su séquito. La
guinda la puso el cartel que lucía la parte trasera del carruaje, donde se
anunciaba la empresa que se dedica a cubrir eventos de ese tipo, una franquicia
que se erige como el primer Spá infantil de Europa.
La página web de la susodicha no
tiene desperdicio. Se anuncia como “un cuento hecho realidad”, un país para
soñar donde las niñas pueden disfrutar, por ejemplo, de un circuito de
tratamiento dentro de un ambiente de máxima relajación y confort - para combatir el estrés de las criaturitas, supongo - donde podrán lucir vestuario y accesorios
pensados para que se sientan en un mundo mágico.
Manicura, pedicura, masajes,
peinados, desfiles, pasarela top model, celebración de cumpleaños con varios
tipos de menús de lo más chic, son
algunos de los servicios que se ofertan. Además, también han pensado en las
futuras mamás y hacen fiestas party - las “Baby
shower” - donde las señoras
gestantes van preparando desde el vientre materno a su descendencia para la llegada a un mundo de luz y color.
Yupi.
Hay más actividades, pero la que
sin duda llama mi atención sobre el
resto, es la llamada “Mi mamá y yo”, donde se invita a disfrutar a madre e hija
de una tarde mágica en el país de las princesas y se subraya que este servicio contribuye a fortalecer los
vínculos afectivos. Como dicen en mi pueblo: para mear y no echar gota.
Mientras termino de echar el vistazo
a la página web del país de las princesas, visualizo de nuevo la escena
surrealista acontecida en la avenida del colesterol. La presencié junto a Pepelu Sánchez, un terapeuta holístico experto
en terapias alternativas que se ha empeñado en crear consciencia entre la gente,
impartiendo talleres de meditación o charlas - entre otras cosas - para
transmitir, no su verdad, si no su sentir, algo muy de agradecer en los tiempos
que corren, a pesar de que su actividad sea contemplada por unos como algo
propio de gente que está aburrida, y por muchos, directamente loca.
La empresa del país de las
princesas comulga con aquello que decía Dostoiesky de que “A veces conviene
soñar” y no sólo describe su dominio
como un país para soñar, sino que
argumenta que en la época de la tecnología, nuestras niñas necesitan un espacio
de fantasía real y llamativo que invite a “una evasión diferente a la que se
encuentra en la vida cotidiana”. Su filosofía – sentencia la presentación – se asienta sobre “el modelo educacional de las
pequeñas, relacionado con la salud, la alimentación y el bienestar”. Ahí queda
eso.
Lo bueno de todo esto es que
servidora ya no se siente como un perro verde. Ya no siento que formo parte de
“esas rarezas”, sino más bien de la excelencia, sobre todo, ahora que empiezo a
comprender mejor algunas cosas. Tal y como están el patio y la peña, hace mucho
que dejé de preguntarme - cuando me asaltaban las dudas - lo que Judas, más falso que un ¡a ver si nos vemos! en el Real de la
feria, le preguntaba al Maestro en aquel chiste que pasará a los anales de la
historia:
-
¡¿Seré yo, Señor…?!
Pues visto lo visto, va a ser que
no.
By Amanda Flores
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