Entre
parejas, familias, matrimonios, amigos, jefe/empleado; entre países, habitantes
de un mismo país, ha existido desde el comienzo de los tiempos la pugna
por el poder.
Hace
tiempo descubrí que no se puede arreglar el mundo sin antes arreglarse uno
mismo. El libro “Las nueve revelaciones” de James Redfield me ayudó a abrir los
ojos a lo cotidiano y desconocido al mismo tiempo.
Está
claro que, de la misma forma que la felicidad no tendría sentido sin la
tristeza, los dominadores tampoco tendrían sentido si no fuera porque existen los sumisos.
Muchos,
a lo largo de nuestra vida, hemos permitido que se nos explotara en el sentido
amplio de la palabra y que bebieran nuestra sangre, convencidos de que tenía
que ser así. Así de simple. Y a base de dar palos de ciego, de ser explotados,
en muchos casos maltratados sin ni siquiera tener consciencia de ello, es
cuando llegamos a la conclusión de que sólo tenemos dos alternativas: morir con
el pasado o reinventarnos y crearnos un futuro nuevo, diferente y, por qué no, excitante.
A continuación documento un extracto muy interesante de “Las nueve revelaciones”. En su
momento fue todo un descubrimiento para mí.
De vez en cuando lo releo y sigo subrayando y sacando cosas nuevas del libro que se convirtió en un referente maravilloso de aprendizaje .
Buen
provecho.
LA
PUGNA POR EL PODER
“ …Mi campo de trabajo son los conflictos,
investigar por qué los individuos se tratan unos a otros con tanta violencia.
Siempre hemos sabido que esta violencia procede del impulso que nos lleva a
intentar someter y dominar a nuestros semejantes, pero sólo en fechas recientes
hemos estudiado el fenómeno desde el interior, desde el punto de vista de la
conciencia individual. Nos hemos preguntado qué ocurre dentro de un ser humano
que le hace querer dominar a
otro. Hemos descubierto que cuando un individuo se acerca a otra persona y
traba conversación con ella, pueden suceder dos cosas: que el individuo se aleje
sintiéndose fuerte o sintiéndose débil, según lo que haya ocurrido en la
interacción.
Por esta razón los seres humanos parecemos
adoptar siempre una postura manipuladora. No importa cuáles sean las
circunstancias de la situación ni el tema a tratar: nosotros nos preparamos
para decir lo que más nos conviene con tal de salirnos con la nuestra en la conversación.
Cada
uno de nosotros procura hallar una manera de ejercer el control y de este modo
dominar el encuentro. Si lo conseguimos, si nuestro punto de vista prevalece,
entonces, en lugar de sentirnos débiles, recibimos un esfuerzo psicológico. Dicho
de otra manera, los seres humanos tratamos de ser más listos que el prójimo e
imponerle nuestro control no sólo en razón de una meta tangible a la que
intentamos llegar en el mundo exterior, sino por la exaltación que así
recibimos psicológicamente.
Éste es el motivo de que veamos en el mundo tantos conflictos irracionales, lo mismo
a nivel individual que entre las naciones.
El consenso en mi campo es que todas estas
materias están ahora emergiendo en la conciencia pública. Los seres humanos nos
percatamos de hasta qué extremos nos manipulamos unos a otros, y en
consecuencia estamos reconsiderando nuestras motivaciones. Buscamos otra manera
de interactuar”.
(
En una cena en un restaurante, son testigos de una escena de reproches, gritos
y brusquedades entre los dueños y la camarera, su hija).
“
¿ Se han fijado en esa chica? Es un ejemplo típico de violencia psicológica. A
esto conduce la necesidad humana de dominar a otros cuando es llevada hasta el
extremo. El dueño y la mujer dominan totalmente a la chica. Sus padres nunca
han aflojado. Y desde su propio punto de vista, ella no tiene otra opción que
el pataleo, la simple violencia. Es la única manera de ganar para sí un poco de
control. Por desgracia, cuando madure, debido a este trauma temprano, pensará
que debe hacerse con un control muy superior y dominar a otros con la misma o
mayor intensidad con que
la han dominado a ella. Esta característica la llevará profundamente arraigada
y la convertirá en alguien tan dominante como sus padres lo son ahora, especialmente
cuando tenga cerca personas vulnerables,
como, por ejemplo, niños. De hecho, no cabe duda de que este mismo trauma lo
sufrieron sus padres antes que ella. Hoy tienen que dominar como consecuencia
de la forma en que sus padres les dominaron a ellos. Éstos son los mecanismos
que transmiten la violencia psicológica de cada generación a la siguiente. Dos
personas que discuten sobre quién tiene la visión
correcta de la situación, sobre cuál de las dos está en lo cierto; cada una
quiere triunfar a costa de la otra, incluso llegando al extremo de invalidar la
confianza en sí mismo de la oponente y de recurrir al insulto. El movimiento de
esta energía, si podemos obsevarlo sistemáticamente, es una vía para comprender
lo que los seres humanos están recibiendo cuando compiten y discuten y se
perjudican unos a otros. Cuando controlamos a otro ser humano recibimos su energía.
Nos llenamos hasta el tope a expensas del otro, y es llenarnos de energía lo
que nos motiva”. Se piensa que es correcto
controlar una situación y se aprende mucho tiempo atrás que se puede
controlar la situación con éxito siguiendo una determinada estrategia.
Primero pretende ser tu amigo, luego descubre un punto débil, del género que
sea, en lo que estás haciendo.
En
realidad, socava sutilmente tu confianza en tu propia trayectoria, hasta que tú
empiezas a identificarte con él. En cuanto esto sucede estás en sus manos. Todo
esto, en la mayoría de las personas, todavía es inconsciente. Lo único que
sabemos es que nos sentimos débiles y que nos sentimos mejor cuando
controlamos a otros. De lo que no nos percatamos es de que este modo de
sentirnos mejor lo pagan otra u otras personas. Proviene de la energía que
les hemos
quitado. La
mayor parte de la gente se pasa la vida a la caza de la energía ajena. Aunque
esto ocasionalmente funciona de otra manera: encontramos a alguien que, por lo
menos durante un tiempo, nos transmite su energía.
A veces una persona busca voluntariamente que
definamos para ella una situación y nos cede abiertamente su energía. Como
consecuencia nos sentimos llenos de poder, pero ya verás que este regalo
generalmente no dura. Muchas personas no son lo bastante fuertes para continuar
dando energía. A esto se debe que muchas relaciones personales se conviertan
con el tiempo en pugnas por el poder. Los seres humanos suman energías,
las enlazan, y después compiten por quién va a controlarlas. Y el perdedor paga
siempre el precio. Dominar a otro hace
que el dominador se sienta poderoso e
inteligente, pero absorbe la energía vital de aquellos que son dominados. No
establece ninguna diferencia el que nos digamos que lo estamos haciendo por el bien de las otras personas, o que éstas
sean, por ejemplo, nuestros hijos, y que por lo tanto deberíamos tener siempre
el control. El detrimento, el perjuicio, se produce siempre.
Durante mucho tiempo los seres humanos hemos
competido inconscientemente por la única parte de esta energía a la que
estábamos abiertos: la parte que fluye entre las personas. En esto han
consistido siempre los conflictos humanos a cualquier nivel: desde las pequeñas
pugnas en familia o en los lugares de trabajo hasta las guerras entre naciones.
Es el resultado de sentirse inseguro y débil y tener que robar la energía de
otros para sentirse bien. Pero el único
motivo de que cualquier conflicto no pueda ser resuelto inmediatamente es que
uno de los bandos se aferra a una posición irracional, y esto ocurre por
causa de la energía.
Cada persona desarrolla una farsa de
control. Una, puede ser la de apartarse y parecer misterioso, lleno de
secretos. Se confía en que alguien será atraído por esta farsa e intentará deducir
qué es lo que pasa con usted. Cuando alguien lo intenta, usted sigue siendo
impreciso, indefinido, forzando a la otra persona a insistir, a indagar, a
escudriñar para discernir cuáles son sus verdaderos sentimientos. Mientras el
otro actúa así, le dedica a usted toda su atención
y esto proyecta su energía hacia usted. Cuanto más tiempo le mantiene usted
interesado y desconcertado, mayor es la energía que usted recibe. Por desdicha,
cuando usted se mantiene reservado su vida evoluciona muy lentamente, puesto
que está repitiendo sin parar la misma escena. El primer paso para tener las
cosa claras es trasladar nuestra particular farsa de control a la plena
conciencia. Nada adelantamos hasta que nos miramos realmente a nosotros mismos
y descubrimos qué hemos estado haciendo para maniobrar en busca de energía.
Cada uno de nosotros debe retroceder a su
pasado, volver a los inicios de nuestra vida familiar y ver cómo se formó
el hábito que hemos adquirido. Viendo su comienzo nos será más fácil ser
conscientes de nuestra manera de ejercer ese control. El desarrollo de nuestras particulares farsas guarda siempre relación
con nuestra familia. Sin embargo, una vez que hayamos identificado la
dinámica de la energía en la familia, podremos rebasar aquellas estrategias de control
y ver lo que realmente estaba pasando.
Toda persona debe reinterpretar su
experiencia familiar desde un punto de vista evolutivo, un punto de vista
espiritual, y descubrir quién es realmente. Una vez hecho esto, nuestra farsa de
control desaparece y nuestra vida, la auténtica, cambia de rumbo.
El interrogador
corresponde a otro género de farsa. Es una persona que usa este procedimiento
concreto de obtener energía: construir una farsa en la que hace preguntas y
sondea el mundo de otra persona con la intención específica de encontrar algo
censurable. Cuando lo ha encontrado, critica este aspecto de la vida del otro.
Si la estrategia funciona, la persona criticada es incorporada a la farsa.
Luego, de súbito, dicha persona se siente cohibida, tímida; se mueve en torno
al interrogador y presta atención a cuanto éste hace y piensa, con objeto de no
hacer algo malo
que el interrogador pueda notar. Esta deferencia psíquica proporciona al
interrogador la energía que desea. Piense en las veces que usted ha estado
cerca de una persona así. Cuando queda atrapado en su farsa, ¿no tiende usted a
actuar de manera que la persona no le critique? Ella le aparta del que debería
ser su camino y le chupa la energía porque usted se juzga a sí mismo en función
de lo que aquella persona pueda estar pensando.
Todo el mundo manipula a los demás para
obtener energía, bien sea agresivamente, forzando a los demás a que le presten
atención, bien pasivamente, actuando sobre la simpatía o la curiosidad de la
gente para atraer aquella atención. Por ejemplo, si alguien nos amenaza, verbal
o físicamente.
Si
por otra parte, alguien nos cuenta las cosas horribles que le ocurren, dando a
entender quizá que nosotros somos los responsables y que si nos negamos a ayudarle
continuarán ocurriéndole cosas horribles, entonces esa persona pretende
controlarnos al nivel más pasivo, con la farsa del “pobre de mí”. ¿Se ha
encontrado alguna vez con alguien que le hace sentirse culpable cuando está en
su presencia, aunque usted sepa que no hay motivo para sentirse de ese modo? Si
ocurre es porque ha entrado en el mundo de la farsa del pobre de mí.
Todo lo que esa persona dice y ha-
ce
le coloca a usted en una posición en que debe defenderse contra la idea de que
no está haciendo lo suficiente por dicha persona. El resultado es que se siente
culpable por el mero hecho de tenerlo cerca.
La farsa de cada cual puede ser examinada de
acuerdo con el lugar que ocupa en el espectro que va de lo agresivo a lo
pasivo. Si una persona es sutil en sus agresiones, si encuentra defectos y socava
nuestro mundo con el fin de conquistar nuestra energía, esta persona sería un
interrogador.
El
orden de las farsas sería: intimidador,
interrogador, reservado, pobre de mí.
Algunas personas utilizan más de uno según sean las circunstancias, pero la
mayoría de nosotros tiene una farsa de control dominante que tiende a repetir y
que en general depende de lo que le dio mejores resultados ante los miembros de
su familia. De progenitores interrogadores surge la farsa del reservado y si
además se teme por la seguridad, se genera la farsa pobre de mí. Si usted es un
niño y alguien está extrayéndole energía mediante amenazas físicas, entonces
ser reservado no sirve para nada.
Usted
no puede forzarle a devolverle energía haciendo el papel de persona tímida y
evasiva. A la otra persona le tiene sin cuidado lo que sucede en el interior de
usted. Actúa con demasiada fuerza. Consecuencia: usted se ve obligado a ser más
pasivo aún y a poner en práctica la farsa del pobre de mí, apelando a la
compasión de aquella persona y buscando que se sienta culpable del daño que le
está haciendo. Si esto tampoco funciona, entonces usted aguanta mientras es
niño, hasta que sea lo bastante mayor para rebelarse contra la violencia y
combatir la agresión con la agresión.
Una
persona llega hasta los extremos que sea necesario para conseguir atención, o
sea energía, en el seno de su familia. A continuación, la estrategia que ha
adoptado constituye su estilo de control predominante cuando quiere extraer
energía de otras personas, y ésa es la farsa que repetirá. Es esta la génesis
del intimidador, pero, ¿cómo se desarrolla un interrogador?:
¿Qué haría usted si fuera un niño y los
miembros de su familia no estuvieran en casa o, si estaban le ignorasen porque
les preocupaba su trabajo, su negocio o quién sabe qué? Hacerse el reservado no
atraería su atención, ni siquiera se darían cuenta: en cierto sentido,
reservados lo serían todos.
¿No
tendría usted que recurrir a indagar, curiosear, hasta finalmente descubrir
algo incorrecto en aquellas personas reservadas que le sirviese para captar su
atención y robarles la energía?. Así se crea un interrogador. Las personas
reservadas crean interrogadores y los interrogadores hacen reservada a la
gente. Y los intimidadores crean el pobre de mí, y si éste falla, otro
intimidador. Es así como las farsas de control se perpetúan a sí mismas.
Existe la tendencia a ver estas farsas en los
demás y creer que uno está libre de semejantes artificios. Cada uno de nosotros
debe superar esta ilusión antes de seguir adelante. Casi todos tendemos a
aficionarnos, por lo menos durante un tiempo, a una farsa determinada, y es
preciso detenernos y estudiarnos a nosotros mismos hasta descubrir cuál es.
Hemos alcanzado la libertad de ser algo más
que la farsa inconsciente que representamos. Podemos encontrar en nuestras
vidas un significado superior, una razón espiritual por la cual nacimos cada
uno en una familia concreta.
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