Es
media noche. Me voy a la cama. Hace un calor insufrible. Pongo el ventilador
junto al ventanal para que remueva el aireoloquesea. Me gusta mi cuarto; es
espartano, alegre y coqueto. Apilados sobre la mesita de noche me esperan
ilusionados por contar su historia, cinco títulos de cinco escritores. Dos de
esos libros me los han dedicado en persona sus respectivos creadores. Otro, ya me
gustaría, siquiera, conocer a su autor. Con los dos que faltan para completar el quinteto tendría un serio
problema si me los hubieran dedicado. No
tengo claro con cual de ellos dormiré esta noche. “La conjura de los necios”
lleva en mi mesita más años de los que tiene mi perro. Ya no me siento culpable
por no haberlo acabado, la culpa es de la editorial por imprimirlo con esas
letras como puntas de alfiler que, cuando llevo leídas tres páginas, propician que
me duerma de pura fatiga, aunque con una sonrisa; se ha convertido en una especie
de libro-pareja, con la diferencia de que él siempre está ahí, como mi perro.
Otro candidato a ser acariciado por mis ojos esta noche ardiente (y no de
pasión, precisamente) es “Hojas de hierba”, aunque me temo que esta noche no
tengo el chichi para Walt Whitman, por mucho que el libro esté casi
acabado. En “A propósito de nada” he buceado por sus primeras 20 páginas. Lo
que llevo leído me parece brillante, como su autor. Mi relación con Woody Allen
empezó cuando yo tenía catorce años; que cada uno interprete lo que le plazca. Luego
está “El cerdo”, de Juan Manuel Sainz Peña. Con sus comillas y su coma. He
leído casi la mitad. Juan Manuel me lo regaló y dedicó en persona - todo un detalle por su parte - por un
extraño sueño que tuve. El recién llegado a mi
mesita de noche es “El sueño de la sardina” de mi amigo Evaristo Montaño Corral.
“Para mi amiga Amanda. Estos son mis sueños de día y mis sueños de noche. Espero que te gusten estas locuras… Y que el próximo sea el tuyo”,
reza en la segunda página, justo debajo de su nombre, sobre el que descansa el título. Ojalá el próximo sea el mío, Evaristo; con un poco de ayuda lo acabaría en un pispás. Todo se andará.
“Para mi amiga Amanda. Estos son mis sueños de día y mis sueños de noche. Espero que te gusten estas locuras… Y que el próximo sea el tuyo”,
reza en la segunda página, justo debajo de su nombre, sobre el que descansa el título. Ojalá el próximo sea el mío, Evaristo; con un poco de ayuda lo acabaría en un pispás. Todo se andará.
El
caso es que esta noche, además de calor tengo hambre. Un apetito atrasado y voraz de besos, de abrazos, de risas. De todo junto. Tras un breve barrido
visual sobre la pila de libros me decanto por “El sueño de la sardina”. Mi
amigo Evaristo es un tipo bastante
peculiar, además de un misántropo de nacimiento, convencido, empedernido y
recalcitrante, como el burro que fue en una vida anterior. Nada que ver
conmigo. Mi misantropía, todavía incipiente, viene a ser el resultado de lidiar durante años con una
fauna humana que no me ha dejado otra alternativa, y que se afianza conforme se
van sucediendo los años y los acontecimientos que contemplo cada día,
ojiplática. Además, su libro es pequeño, ligero, y está formado por una serie
de relatos cortos y con letras grandes. Justo lo que necesito.
Está
decidido. Abro el libro. Sonrío mientras leo el “Prólogo al osado lector”, y
también durante “Autorretrato”. No puedo parar de leer; es lo que
tienen los libros de letras grandes: además de entretenidos no te tumba el
agotamiento por descifrar letras diminutas. Dos relatos cortos más tarde me
adentro en “Diletantes, domingueros, paseantes, elucubraciones playeras”. Y
entonces lo veo. Y suelto una carcajada. Y luego otra, y otra. Me meo. La risa continua
durante las seis páginas del relato. Qué bien sienta reírse, me digo. Después
de dar buena cuenta de cinco o seis relatitos más, justo cuando estoy a punto
de aparcar el libro para adentrarme en el mundo de los sueños con el regusto de
unas buenas risas, llego hasta “El misántropo porculero”. La palabra mágica.
Decido dar cuenta de las dos páginas que dura y así poner el broche a esta
noche en la que, sin comerlo ni beberlo, me he encontrado con un librito que contiene
dos capítulos como un combinado de “Wilt” (Tom Sharpe), el propio personaje de “Ignatius”
(Jonh Kennedy Toole), Eduardo Mendoza y, por qué no, el mismísimo Woody Allen. Qué
pechá de reír…
Me
apetece compartir este capítulo especialmente. Qué bueno la gente que escribe
sin miedo, que no tiene miedo a escribir, miedo a SER, miedo al qué dirán, qué bueno la gente que no escribe para gustar sino por el placer de escribir. Qué bueno, en definitiva, encontrarse de
vez en cuando con misántropos como Evaristo. Después de este pensamiento,
dejo el librito encima del resto, apago la luz, y cierro los ojos, feliz porque
todavía me queda la mitad, y porque mi hambre de risa se ha visto saciada. Los abrazos y los besos, llegarán.
EL
MISÁNTROPO PORCULERO
La
humanidad es detestable. Un rebaño de borregos sin libre albedrío. Los odio.
Cuando era más joven, más tímido y menos sabio expresaba mi misantropía de
maneral sutil: arañaba con el tenedor el plato sin querer-queriendo en los
restaurantes, o con la uña mientras escribía en la pizarra del colegio. Conectaba
durante solo tres segundos a todo volumen y a altas horas de la madrugada el
equipo de música, no cedía el asiento a los jubilados ni a las embarazadas en
el autobús, me limpiaba cuidadosamente los dientes en los bares con un palillo
y luego volvía a introducirlo en su correspondiente cajita y, sobre todo,
disfrutaba enormemente chupando limones delante de los cornetas de las bandas
de la Semana Santa. Estas y otras inocentes maniobras me provocaban un
agradable regustillo de satisfacción. Ahora, descargo mi frustración contra
ellos de otra manera, de forma más reconcentrada, pero igual de sibilina: no
tengo la más mínima habilidad musical, pero me encanta tocar el acordeón. Como
ya se podrá figurar, estúpido lector, cuando lo toco es como si hubiera metido
dentro del instrumento un gato y lo estuviera estrujando mal acompasadamente.
Por eso, las mañanitas de domingo, cojo mi arma de destrucción masiva y voy por
las terrazas de los bares de moda regalando “música” por doquier. Cuando veo
que a alguien le molesta especialmente, me acerco e intento hacerlo lo mejor
que puedo (un sonido verdaderamente horrible). La primera persona agredida
intenta con amabilidad darme dinero para que me vaya con la música - o lo que sea – a otra parte, pero yo, con gentiliza, se lo
rechazo y le digo con gesto ofendido: “gracias, señor, pero no me interesa el
dinero, mi arte es puro y gratuito”. Y allí me quedo, perpetrando un rato más
hasta que noto ese punto en el individuo en que de la desesperación se pasa a
la agresividad. Entonces con un “muchas gracias por su atención” me voy y elijo
a mi próxima víctima. Que os jodan.
Voveré.
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Voveré.
Que gusto da leer un artículo de esta maravillosa persona. Cómo escribe como habla, cómo piensa, con ese humor que le caracteriza, le sale una frescura que te anima el día. Gracias por ser TU y compartirlo con nosotros.
ResponderEliminarGracias, querida amiga. Es un placer para mí llegar a personas como tú y, de paso, alegrarles el día. Un fuerte abrazo y hasta pronto ;)
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