Hoy es lunes. Estamos sentados frente al televisor yo, mi dolor de cabeza y la mosca que se ha instalado en mi hogar desde hace una semana, viendo el funeral del siglo. La verdad es que no me he querido intoxicar desde que la monarca se marchó de viaje a otra dimensión con billete solo de ida, pero creo que lo justo es respetar tanto a sus seguidores como a sus detractores.
Como también pienso desde hace mucho que ni la vejez ni la muerte dignifican o santifican a nadie, y mucho menos a nadie de los allí presentes, también creo que es justo y necesario revindicar que, del mismo modo que algunos nacen con la suerte en sentido contrario, otros nacen ya con la telera de pan y el jamón de cinco jotas debajo del brazo, y dicho esto, me reservo mi opinión para mí y no tengo la menor intención de entrar en ningún tipo de debate al respecto.
No, no es esa mi intención, querido diario, al escribirte hoy frente al televisor con un fuerte dolor de cabeza, una mosca que no deja de incordiar y un vestido negro de punto tipo saco, de esos que tanto me gustan, para no romper el protocolo funerario. De esta guisa acuden a mi memoria dos de las frases lapidarias favoritas de mi madre; aquella que decía Una madre es para cien hijos pero cien hijos no son para una madre es un axioma tan evidente como la de Cría cuervos y te sacarán los ojos, que me soltaba de vez en cuando con la mirada apuntando a cualquier lugar indefinido, con la convicción que solo los que han vivido lo invivible se pueden tomar la licencia de aseverar.
Me imagino su cara delante del televisor viendo semejante camada, los hijos de Su Majestad, desfilando detrás de su ataúd, ca uno con sus caunás, sus causas pendientes resueltas o no a golpe de talonario, casi todos disfrutando de los privilegios que el azar les ha otorgado por nacer en semejante cuna.
Sí, hace
ya mucho tiempo que comencé a descifrar las enseñanzas de mi madre y, en cierto
modo, mi libro es una especie de tributo a su memoria sufriente y sabia.
Mientras escribo no estoy pendiente al cien
por cien de la ceremonia televisada, pero tengo muy claro que cuando la reina pasó a mejor
vida, si es que eso llegara a ser posible, me deslumbró como un fogonazo la imagen de la
¿perseverancia?
Creo
que perseverancia se queda muy muy corto. Voluntad, fijeza, paciencia, la mente de
una escritora del best seller titulado Lo
imposible solo tarda un poco más, sería la descripción perfecta de Camila,
la esposa del recién nombrado rey y desde ahora reina consorte. No princesa
del pueblo, ni reina de corazones, ni chuminás camperas: Reina Consorte.
Mayor
que el rey, divorciada, aportando al matrimonio el
apellido y los dos hijos de su primer marido, se ha convertido en reina
consorte después de haber sido durante media vida la amante odiada y rechazada por todos, la antítesis
del glamour que abanderaba Lady Di, ahí va Camila junto a su esposo detrás del ataúd de su suegra
Isabel II La Eterna.
Hace unos días recibí una llamada telefónica con la invitación de dar varias charlas/ponencias como mujer y como autora del libro El diario de Amanda Flores (solo para valientes). Más tarde, tras un intercambio de impresiones por escrito, le pedí a mi interlocutor que me lanzara una pregunta como si me tuviera enfrente haciéndome una entrevista. Escribió lo siguiente:
- Tu historia tiene
episodios duros pero la hacen muy especial. Hoy por hoy si pudieras elegir ¿elegirías
no haber pasado por esos episodios o tener esta obra en tu poder?
La
pregunta quedó en el aire porque todavía no hemos concretado nada, pero
confieso que durante unos días me ha estado rondando por la cabeza.
El
caso es que publiqué mi libro (lo he auto editado) hace poco más de un año. He
sorteado durante décadas todo tipo de obstáculos para conseguir mi propósito.
La gente no tiene ni idea de lo que hay detrás de un libro auto publicado por
una autora con muy poca ayuda, con una mala salud de hierro, que no es mediática, ni un producto de
marketing para editoriales ansiosas por apostar a caballo ganador y asegurarse pingües beneficios. La gente no sabe la verdad, aunque la verdad a estas
alturas de la película me he dado cuenta que no tiene tanta importancia
como lo que la gente cree o quiere creer.
Es
posible que hace unos meses, en plena efervescencia emocional por los
innumerables mensajes de cariño que he recibido y recibo de personas agradeciéndome el bien que han experimentado al leer mi
libro, le hubiera respondido al joven que me hizo la pregunta que preferiría
pasar lo que he pasado y tener esta obra en mi poder. Pero hoy, todavía con el
funeral del siglo de fondo, me pregunto quién quiere venir a este mundo para
sufrir, si compensan determinadas situaciones que no solo tienen que ver con la
riqueza o posición social que ésta procura, sino con otro tipo de
situaciones personales y físicas que solo quienes las padecemos o vivimos podemos llegar a
comprender en toda su dimensión.
Aquí
estamos mi dolor de cabeza, la mosca y yo, y ahí en la tele sigue Camila, reina
consorte a los 75 años y mi fuente de inspiración para escribirte hoy, querido
diario.
Disfrutar como la amante de un príncipe y vivir el resto de mi vida como una reina, sería una buena contestación para darle a mi entrevistador como réplica a su pregunta. Aunque la respuesta que mejor me retrata, de la que doy fe y en la que confío plenamente es que lo imposible solo tarda un poco más.
Y para muestra, Camila.
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